viernes, 23 de mayo de 2008

REMBRANDT Y GREENAWAY





" Habiendo pintado Rembrandt una gran tela, "La ronda de noche", que fue puesta en la sede de los Caballeros forasteros, en los que había representado un grupo de una de aquellas Compañías de Ciudadanos - escribía Filippo Baldinucci en Florencia -, ganó tanto renombre que nunca lo tuvo mayor otro artífice de aquellas tierras. Y la razón, más que ninguna otra, fue que entre las demás figuras había mostrado en el cuadro a un capitán con el pie alzado en actitud de caminar y con una partesana en la mano, tan bien conseguida en perspectiva que, no siendo en la pintura más larga de medio brazo, aparecía en toda su longitud desde cualquier punto que se la mirase; pero el resto resultó confuso y embadurnado, de manera que poco se distinguían las demás figuras unas de otras, aunque fueran hechas con mucho estudio del natural. Por esta obra, que por ventura suya fue entonces ensalzada, obtuvo cuatro mil escudos, que alcanzan a sumar unos tres mil quinientos de nuestros Toscanos.

En Rembrandt, su rostro, de aspecto feo y plebeyo, iba acompañado de un modo de vestir desaliñado y sucio, pues tenía la costumbre de limpiarse los pinceles con los vestidos. Cuando trabajaba, era capaz de negarse a recibir al más grande monarca de la tierra, quien hubiera tenido que volver una y otra vez hasta encontrarlo sin labor entre manos. Visitaba a menudo los sitios donde se efectuaban subastas y adquiría abundantes vestidos usados y viejos, siempre que le parecían raros y pintorescos; y después, aunque a veces estuvieran sucios hasta la inmundicia, los colgaba en las paredes de su estudio, entre las bellas galas que también le gustaba poseer, como toda clase de armas antiguas y modernas, flechas, alabardas, sables, cuchillos y cosas parecidas: innumerable cantidad de dibujos exquisitos, de grabados y medallas y otros objetos que él pensaba podría necesitar alguna vez un pintor". (Filippo Baldinucci, "Notizie de professori del disegno da Cimabue in qua".- Florencia, 1681 -1728).


"Estuvo durante años tan cargado de trabajo que los clientes tenían que esperar largo tiempo para conseguir un cuadro, aunque, sobre todo en los últimos años de su vida, trabajara tan aprisa que sus cuadros, mirados de cerca, parecieran ejecutados con brocha de albañil. Por tal motivo, a los visitantes que deseaban ver los cuadros de cerca los disuadía con estas palabras: "¡El olor de los colores te haría daño!". En sus lienzos pueden verse piedras preciosas y perlas de collares ejecutadas con empaste tan denso que parecen trabajadas en relieve; y es a causa de esta forma de pintar por lo que sus cuadros producen tan poderoso efecto aunque se contemplen desde gran distancia". (Arnold Houbraken, Amsterdam, 1718-1720).

Ahora, el director inglés Peter Greenaway estrena en España "La ronda de noche". Entrarán en el cuadro de la pantalla el capitán Frans Banningh Cocq, en el centro y en primer término, vestido de negro; junto a él, de amarillo y con las armas de Amsterdam bordadas en la casaca, el lugarteniente Willem van Ruytenburch van Vlaerding; al fondo, a la izquierda, desplegando la bandera de la compañía, azul y anaranjada, con el escudo de la ciudad, el abanderado Jan Visscher Cornelissen; sentado en el pretil del puente, a la izquierda, con yelmo y alabarda, el sargento Reynier Engelen, y así todos y cada uno de los personajes de esta "ronda de noche", con las enigmáticas figurillas fulgurantes de las dos niñas en el centro, en torno a las cuales se ha desbordado por mucho tiempo la fantasía de los intérpretes; pero tal vez se trate de niños atraídos por el espectáculo.

El cine entra en el espacio del cuadro de Rembrandt, y las cámaras intentarán contarnos lo que esconden esas existencias.

Hay un momento en la película en el que una curiosidad se acerca a preguntarle al pintor:

-El mundo entero es un escenario, ¿eh Rembrandt?
Y otra curiosidad le insiste:
-¿Nos situaréis en un escenario en vuestro cuadro?

jueves, 22 de mayo de 2008

LA ESTACIÓN FANTASMA DE CHAMBERÍ


Ayer bajé a la estación fantasma de Chamberí, esa estación de Metro que pertenece a la primera línea subterránea que se trazó en Madrid y que estaba cerrada desde 1966. Bajé con Sofía Bonafaux, el personaje que yo quise crear en mi novela "Lágrimas negras", y una vez más realidad y ficción - como sucede muchas veces en este blog Mi Siglo - se unieron tan intensamente que los recuerdos de lo que escribí entonces se hicieron vivos mientras descendía las escaleras.


"Sofía Bonafaux - escribí en aquella novela - bajaba por la trampilla del gas o del teléfono y descendía bajo tierra en la plaza de Chamberí. Con la ayuda de una linterna, avanzaba por el antiguo andén de la estación fantasma donde blanqueaban su olvido todos los cuadros. Vicente Bonafaux, su marido, había creado un mundo de sueños deshilachados y vacilantes, una atmósfera de puntos irreconocibles que sembraban de ansiedad los lienzos (...) En los ojos le empezaron a salir escamas y pececillos brumosos en las pupilas. Entonces se dio cuenta de que su mundo era lo subterráneo, que su tema repetido tenía que ser precisamente el de la locomoción de la ciudad oculta, la historia de los faros enrojecidos en las máquinas surgidas de oquedades, las colas serpentinas de los vagones y el mutismo de rostros viajando al infinito. Plantó su caballete en los andenes y trabajó con luz eléctrica sin compartir su tiempo con nadie, concentrado y enfebrecido. Logró pasar del andén al vagón y del vagón a la cabeza del ferrocarril. Así estuvo años, viajando y pintando en todas direcciones, a grandes y enérgicos trazos, intentando apresar la velocidad y el ruido hasta llegar a una composición fosforescente. Se le conocía como "el pintor del Metro" y se le veía pasar y repasar cuando menos lo esperaba la gente: cambiaba de línea y sus trayectos eran insospechados. Sofía Bonafaux le bajaba la comida al andén de Sol, y dejaba en una esquina de la estación, junto al tunel, la tartera caliente, el pan y la botella de vino. Había días en que al almuerzo le añadía pinturas y pinceles nuevos, pero nunca se atrevió a molestarle: respetó su intimidad, y el matrimonio conservó su gran amor gracias a mensajes encendidos, escritos en papelitos enrollados. Cuando Vicente decidió no subir más a la superficie de Madrid y dormir en las cocheras del ferrocarril metropolitano para mantener caliente la inspiración, Sofía nada dijo ante aquel nuevo rumbo de convivencia inexistente y miró con tristeza su cama dorada en la que ya nunca concebiría un hijo. Empezaron a iluminársele los ojos a Vicente con fórmulas nuevas, nacidas en las entrañas de las curvas y en las cavidades subterráneas, creó un sol ficticio, unas nubes cenizas y unos caminos de escaleras mecánicas donde los hombres y las mujeres iban
ensimismados, obsesos por resolver el tedio y la incomunicación. Pintó paisajes de tono ocre, al ritmo de los trenes le infundió una pátina azul, y al ver que no existían animales ni flores aprendió a sublimar con unos toques rápidos la eléctrica huida de las ratas entre los travesaños. Así se fue haciendo un nombre en la pintura española más secreta del siglo XX. La única exposición, a la que casi no fue nadie, ni siquiera los empleados del Metro, se abrió al público dentro de un vagón que se hizo histórico, un vagón apartado en una línea muerta y que brilló en la noche con sus farolillos de verbena. Allí colgó sus cuadros de ventanilla en ventanilla. El primer día no se atrevió, pero el segundo solicitó permiso para mover aquella exposición y le cedieron una máquina antigua y limpia que arrastró ya de madrugada por las entrañas de Madrid la muestra de lienzos únicos, pasando de estación a estación. Aquella vez sí le acompañó Sofía Bonafaux. El matrimonio, sentado en medio de los cuadros, iba mostrando a la soledad de los andenes una vitrina repleta de arte inclasificable, una procesión que, a los pocos que la vieron, causó una tristeza trashumante, como si fueran pidiendo una limosna de atención. No obtuvieron dinero. No hubo más exposiciones. A Vicente se le permitió seguir en su trabajo, y a su quehacer él se consagró día y noche, gozando con los obreros que abrían líneas nuevas y recogiendo en sus lienzos la aventura de las excavadoras gigantes que horadaban el vientre de la ciudad.

La viuda, Sofía Bonafaux, visitaba como un santuario aquel museo cerrado de la estación fantasma de Chamberí. Los cuadros estaban blancos de polvo y el tiempo los había hecho más bellos. Con un paño iba limpiando los contornos como cualquier mujer del mundo limpia su cuarto de estar. Recordaba sus años felices y sentía no poder vender nada, ni siquiera exponerlo, porque el efecto de la luz solar deshacía los pigmentos de la pintura y arrasaba las telas hasta dejarlas como desiertos". ("Lágrimas negras", Ediciones B, Barcelona, 1996 , páginas 10- 13).
En todo esto pensaba ayer al subir otras vez las escaleras del Metro con mi personaje de entonces y ver que Sofía Bonafaux seguía igual, con su cinta amarilla en el pelo, y que me señalaba, ya en la superficie, cómo en Madrid resplandecía el cielo.

miércoles, 21 de mayo de 2008

LA MÚSICA INAUDIBLE


Leo en la prensa la noticia de ese robot, ASIMO, de metro y medio de estatura, que ha dirigido a la Sinfónica de Detroit con "El hombre de la Mancha". La actuación de ese androide que puede andar, subir escaleras y que está programado para manejar sus articulaciones con movimientos rígidos, capaz de seguir los mismos gestos de un director pero no de responder a los músicos - es decir, no poder escucharlos -, me lleva al silencio opaco de esa sordera en la historia, la cavidad de la sordera en los oídos de músicos célebres y en general de grandes artistas.

Keats escribió:

Dulces son las melodías que se oyen, pero más lo son

Las inaudibles; por eso, dulces flautas, tocad;

No al oído sensual sino, más bello aún,

Tocad al espíritu tonadas sin sonido.

Beethoven en sus últimos años se liberó de las "sonoridades comunes" y solamente percibía sus composiciones con el "oído interno", con la música inaudible.

No sólo Beethoven sino Goya y Swift, entre otros, perdieron los sonidos familiares del entorno y hubieron de sumergirse en una opresiva atmósfera de un silencio mortal.

Swift confesaba:

"Estoy sordo; ¡oh!, cómo es posible aceptar la deficiencia del sentido que yo debería poseer en mayor grado que nadie (...) he de vivir como un proscrito; cuando me aproximo a un grupo de personas me atemoriza que vayan a darse cuenta de mi estado.

¡Cuánto me desespero si alguien junto a mí oye una flauta que yo no he oído o si alguien oye el canto del pastor y yo ni siquiera lo he escuchado! Estos incidentes me sacan de quicio y hasta he estado a punto de matarme. Sólo el arte, mi arte, ha podido detenerme; oh, sé que no puedo abandonar el mundo hasta no haber creado lo que creo que se me ha encomendado; y he tenido que soportar esta vida miserable, realmente miserable.
De hoy en adelante, la paciencia será mi guía. He decidido definitivamente, eso espero, aguantar hasta que la inflexible Parca decida cortar el hilo".
Gabriel Fauré, por su parte, tuvo tan intenso dolor de oídos que su capacidad auditiva no sólo disminuyó, sino que también le cambió calidad tonal, de tal manera que todo lo oía desafinado: las notas agudas las oía un tercio de tono más altas, y las graves un tercio de tono más bajas. Nunca pudo escuchar sus últimas composiciones como él las había concebido: "Lo único que oigo son atrocidades", se lamentaba el anciano maestro.

Todo esto me ha venido a la mente al oir "El hombre de la Mancha" en Detroit. Los músicos nos escuchábamos mientras el robot giraba rígidamente, creyendo engañarnos a nosotros, a la orquesta. Pero no nos engañaba. Sabíamos que el androide no podía recibir ningún sonido y le mirábamos asombrados porque nada llegaba a sus oídos vacíos.

lunes, 19 de mayo de 2008

¿QUÉ ESTÁ PINTANDO VELÁZQUEZ ?



Siempre que voy a visitar a "Las Meninas" no entro nunca en el cuadro por la sala general, doy la vuelta por completo, unos días suelo pasar por la izquierda del perro, otros días entro por la derecha, aparto suavemente a Nicolasito Pertusato, Maribárbola retrocede un poco, voy con el Rey le digo, doña Isabel de Velasco me abre paso, nunca rozo a la infanta Margarita María, a sus cinco años levanta su pequeña cabeza de pelo lacio y me sonríe, atravieso ese fulgor de luz entre las faldas para entrar más al fondo, en la penumbra, y situarme poco a poco tras Velázquez, y es entonces cuando descubro espantado que estoy de nuevo en el principio, descubro que Velázquez no está pintando ni a la reina ni al rey solamente, descubro que Velázquez tampoco está pintando a la infanta rodeada por sus damas y enanos, Velázquez está pintando el cuadro de "Las Meninas" entero, está pintando la habitación, el espacio, las figuras, la realidad, la magia, la ilusión, las sombras y las luces, la perspectiva, la geometría y la intuición, Velázquez está pintándose a sí mismo allí, en el momento en que irrumpen los Reyes y los Monarcas se reflejan en el espejo del fondo, el gran lienzo enorme que Velázquez pinta sigue oculto pero ya no es un misterio, Velázquez está pintando en ese lienzo el cuadro entero llamado "Las Meninas", y ese cuadro me espera otra vez y con voz muy baja, como siempre, me dice, "Nunca te escaparás de mí, nunca sabrás del todo qué pasa aquí si no vuelves a caminar por esta superficie, jamás sabrás la solución si no vienes a mí", y yo de nuevo empiezo a caminar por él, echo a andar otra vez, voy con el Rey, Felipe lV y doña Mariana van conmigo, Velázquez está otra vez al fondo y nos ve entrar, parece que interrumpiera su trabajo pero no es así, está aguardándonos, espera con paleta y pincel en la mano a que avancemos, quiero ver qué está pintando de verdad Velázquez, esta vez no me engañas, pintor, vamos, enseña lo que pintas, avanzo por la izquierda, procuro no rozar el verdemar vestido de doña Agustina Sarmiento, a mi derecha queda el plata bruñido de doña Isabel de Velasco, aún más a mi derecha el oscuro azul de Maribárbola salpicado de motas de anaranjado y ese ciruela del traje de Nicolasito Pertusato, para, poco a poco, mientras la infanta Margarita María sonríe a su padre y las figuras iluminadas de color y luz abren paso a las sombras, muy despacio, me voy poniendo detrás de Velázquez y me asomo para ver qué pinta este pintor: el pintor está pintando "Las Meninas" como siempre, me pinta a mí, a los Reyes que entran continuamente, se pinta a sí mismo en actitud de pintar, la habitación gira como un tunel de espejos, no puedo salir de este taller, José Nieto, el aposentador del Palacio, tiene abierta una puerta por si quiero escapar, no puedo, es puerta pintada y no puerta real, todo es auténtico y todo es ilusión, todo espacio, volumen, perspectiva, profundidad, magia, relidad. "Ven a mí" - escucho otra vez desde el fondo la voz del cuadro que me habla en penumbra -"ven a mí y verás lo que pinta Velázquez, sabrás por qué lo oculta a todos, ven a mí, camina, acércate", y yo sé que eso es una trampa y que es mentira, pero de nuevo echo a andar por esta superficie y mi sudor frío avanza una vez más por esta habitación, y yo sé, mientras avanzo con ese sudor mío, que ya nunca podré salir de este taller, nunca saldré ya de "Las Meninas", nunca, me volveré loco.

domingo, 18 de mayo de 2008

TEXTO SOBRE "ALENARTE"

“nos solicitan que demos traslado a esto”:

Entré en el servidor WordPress.com como usuario gracias a que un amigo me asoció a su blog como usuario.
Una vez dentro del sistema se me dio una contraseña y un usuario., con la que entraba al sistema.
Una vez en el servidor con tal contraseña y tal usuario creé
Primero: Alenarte de dirección web
http://alenar.wordpress.com/
Segundo: Bitácora de Alena Collar de dirección web :
http://alenacollar.wordpress.com/
Tercero: Otras Lenguas, Otros Paisajes, de dirección web http://otraslenguasotrospaisajes.wordpress.com/

En cierto momento me quedo sin Internet, y bien por un error, o por causas que desconozco, se me deshabilita como usuario en la página que se me había asociado al principio.
La persona que me deshabilita me explica que no puede entrar a mis páginas con mi usuario y contraseña.
Yo tampoco puedo.
Escribo más de diez (contadas) cartas a Soporte de WordPress. y se me dice:
Uno: Que ese Usuario no corresponde a los email que yo les facilito.
Dos: Que el email siempre ha sido el mismo, desde el que se crearon las páginas.
Tres: Que mis emails no se corresponden con el usuario.
Cuatro: Que no se ha hakeado la página.
Cuatro: Que les envíe el correo original desde donde se dio usuario para devolvérmelo.
Cuando desde ese correo hago esto, a mí no me llega ninguna contraseña ni me llega respuesta de Soporte
He enviado a Soporte: copia del DNI, copia del “avatar”, copia de los pagos efectuados por sistema PAYPAL en las páginas que tenía así como en las nuevas, adjuntando carta explicativa del tema.
Soporte de WordPress la respuesta que tiene es la misma que la primera vez que escribí: que se lo demuestre. Que envíe email desde donde se creó la página.
Añado que estas comunicaciones son en inglés porque WordPress como ya me especificó en una carta: “no da soporte si no es en inglés”.

Mientras ello ocurre:
1-No se me puede asociar (ya se intentó) nuevamente al blog de quien me asoció la primera vez como alenar, porque no me llega salvo para las páginas nuevas, no para las antiguas. Es decir; a este usuario no lo reconoce en mi email.
2- Las páginas que administraba estaban sometidas a moderación por mí; debiendo llegarme a mi correo. Ahora esas comunicaciones no llegan, pero existen comentarios que se aprueban y otros (hechos por mí y por conocidos míos) no. De esto deducimos que existe una SELECCIÓN de COMENTARIOS. Es decir, que hay alguien-que no soy yo- que los modera.

3- Un moderador español ha intervenido en el tema, aconsejándome qué hacer, (el envío de toda la documentación que os mencionaba) SIN EL MENOR RESULTADO.
Estos son los hechos.

Datos:
La Revista Alenarte que os cito, en su primera etapa tiene 89225 a día de la fecha.
Bitácora de Alena Collar, tiene a día de hoy 18661 visitantes.
Otras Lenguas Otros Paisajes tiene: a día de hoy 19112 visitantes.

Pero WordPress me dice que les demuestre que yo soy la dueña de esas páginas.