sábado, 12 de enero de 2008

RECUERDO DE UN POETA




Hoy, a los 82 años, ha muerto en Madrid, Ángel González, uno de los más grandes poetas españoles contemporáneos.




A MANO AMADA





A mano amada.

cuando la noche impone su costumbre de insomnio,

y convierte

cada minuto en el aniversario

de todos los sucesos de una vida;



allí,

en la esquina más negra del desamparo, donde

el nunca y el ayer trazan su cruz de sombras,

los recuerdos me asaltan.



Unos empuñan tu mirada verde,

otros

apoyan en mi espalda

el alma blanca de un lejano sueño,

y con voz inaudible,

con implacables labios silenciosos,

¡el olvido o la vida!,

me reclaman.





Reconozco los rostros.

No hurto el cuerpo.

Cierro los ojos para ver más hondo,

y siento

que me apuñalan fría,

justamente,

con ese hierro viejo:

la memoria.



Ángel González: "Muestra,corregida y aumentada, de algunos procedimientos narrativos"(1976)






viernes, 11 de enero de 2008

LO IMPORTANTE ES NO MORIR



Ayer vino a cenar William Saroyan a casa. A la casa del blog. Las cenas en el blog de mi siglo son distintas a cualquier otras porque nos reunimos muertos y vivos, libros y personajes y cada uno habla con libertad de lo que quiere y así nos pueden dar las tantas sabiendo que nuestras conversaciones las escucha toda la blogosfera.
Le pregunté a Saroyan:
-¿Para quién escriben ahora los escritores?
-¿Para quién escribían antes ?- me preguntó a su vez.
-Para el público, desde luego - le contesté.
-Pues también ahora escriben para el público - me respondió-. Pero, ¿está seguro de que alguna vez se ha escrito para el público? Quiero decir con esta expresa particularidad. El escritor empieza por escribir para sí mismo , probablemente porque no sabe cómo escribir y quiere descubrir ese cómo, o descubrir que no sabe. Por ejemplo, yo siempre he creído que si yo puedo leerme, otros podrán leerme también. Así, empiezas por escribir para ti y, si no fracasas, presumes que escribes también para otros. Pero, si aún no te has casado, te das cuenta de que escribes también para tu mujer, dondequiera que ella esté, quien quiera que sea, como quiera que pueda resultar y, desde luego, ello significa que empiezas también a escribir para los chicos que ella va a tener contigo, o que tú esperas que vaya a tener. Empiezas, pues, a escribir para tu propia especie. No rechazas al resto de la especie humana, aunque todos nosotros lo rechacemos alguna vez. Así que tú escribes para la madre de tus hijos, a la que aún no has visto, que tal vez aún no ha nacido, y para los hijos que vais a tener, tu propia especie humana que tú crees va a ser una especie superior. Pero no acaba aquí la cosa - siguió diciendo Saroyan -. Empiezas a escribir para la mujer y los hijos del otro, y también para su nueva especie. Y aún hay más, y esta es la parte más incómoda, incluso en divagaciones de este estilo. Escribes para Dios, lo cual, creo yo, es otra forma de decir algo más. Trate de recordar, si puede, lo que siente un niño pequeño al salir del sueño que, en cierto modo, puede considerarse el cielo. El niño deja su sueño de mala gana, pero no puede seguir durmiendo. Trate de recordar lo que usted sentía acerca de lo que se aproximaba, sobre las cosas que iban a suceder, sobre el mundo...- y así continuó el gran escritor armenio-americano, sentado tranquilamente en mi blog, paladeando lentamente su copa de coñac.
- Pero, ¿qué puede decir un escritor que no haya sido dicho ya?- le pregunté interesado.
- Bueno - dijo Saroyan -, debe decir lo poco que tenga que decir, por poco que sea. Tiene que decirlo y repetirlo, como han hecho todos los escritores, que han dicho lo poco o lo mucho que tuvieran que decir y luego lo han repetido una y otra vez. ¿Y qué han dicho? En realidad, nada, siempre lo mismo, cambiando el nombre del macho y cambiando el nombre de la hembra, pero cada uno de ellos igual a todos los de los otros libros, cada uno de ellos vivo en el tiempo.
Se nos hacía tarde. Le extendí "El atrevido muchacho del trapecio" (Janés), "Cartas desde la rue Taitbout"(Plaza-Janés), "Me llamo Aram" y, sobre todo, "Lo importante es no morir" (Plaza-Janés) para que me los firmara.
-¡ Pero lo importante es no morir!, recuérdelo - me dijo ya en la puerta muy sonriente.
Muerto en 1981, me sorprendió que estuviera tan vivo.

martes, 8 de enero de 2008

LISBOA , CIEN AÑOS

Leo que el gran director de cine portugués Manoel de Oliveira entra en el 2008, año en que, si Dios quiere, llegará a su centenario, con una nueva película, Cristóbal Colón. El enigma.
La edad no parece hoy, al menos en muchas ocasiones, obstáculo para que la imaginación vuele. En la Historia, Goethe escribió su gran obra a los ochenta y dos, Cervantes acabó El Quijote a los sesenta y ocho, Miguel Ángel pintó frescos a los setenta y uno, Verdi compuso a los setenta y cuatro, Haendel a los setenta y dos. Tras la afirmación de la individualidad en la juventud, tras la crisis del desasimiento en la madurez - esa expectación que estira el tiempo, ese saber a qué atenerse que le obliga a uno a aprovechar el tiempo al máximo- he aquí al hombre sabio cuya conciencia es cada vez más clara sobre aquello que no pasa, sobre aquello que es eterno.
Lisboa es el escenario ante el que se abren varias películas de Oliveira. Como también los barrios populares de Oporto. "El cielo negro al fondo del sur del Tajo - describirá Pessoa - era siniestramente negro contra las alas, por contraste, vívidamente blanco de las gaviotas de vuelo inquieto. El día, sin embargo, no estaba ya tempestuoso. Toda la masa de la amenaza de lluvia había pasado hacia la otra orilla, y la ciudad baja, húmeda todavía de lo poco que había llovido, sonreía desde el suelo a un cielo cuyo norte se azulaba todavía un poco blandamente".
Eso, respecto a la luz, a los reflejos. Porque del ruido - los ruidos perceptibles o no de una Lisboa de sueños - hablará otra película, Lisboa Story, la investigación- documental de Wim Wenders, ese paseo inolvidable y mágico en busca de grabaciones por las calles, ese sonido del casco antiguo, el sonido persiguiendo a la imagen hasta fundir imagen y sonido entre canciones de Teresa Salgueiro y de Madredeus.

domingo, 6 de enero de 2008

EL HOMBRE INVISIBLE



¿A dónde irá Barack Obama?, me pregunto. ¿A dónde irá Ellison?, escribía sobre el gran novelista negro Norman Mailer. Mailer saludaba al autor de "El hombre invisible" (Lumen), con estas palabras: "Resulta banal decir que Ellison es un excelente escritor. Pero ¿por qué su libro insiste tanto sobre una tesis que me parece absurda: la invisibilidad del negro? El negro es ciertamente en Norteamérica el menos invisible de los hombres. El hecho de que el blanco sea incapaz de reconocer la personalidad de cada negro no es tan rico en significado como Ellison parece querer indicar. La mayoría de los blancos son, desde hace mucho tiempo invisibles unos para otros...¿A dónde irá Ellison? Su talento es demasiado excepcional como para que pueda preveerse. Quizás una solución sería que se aventurara por el mundo blanco que él conoce muy bien y que materialice la invisibilidad, todavía más terrible, de los blancos..."
Mientras tanto Ellison había escrito en su novela excepcional:
"Soy un hombre invisible. No, no soy uno de aquellos trasgos que atormentaban a Edgar Allan Poe, ni tampoco uno de esos ectoplasmas de las películas de Hollywood. Soy un hombre real, de carne y hueso, con músculos y humores, e incluso cabe afirmar que poseo una mente. Sabed que si soy invisible ello se debe, tan sólo, a que la gente se niega a verme. Soy como las cabezas separadas del tronco que a veces veis en las barracas de feria, soy como un reflejo de crueles espejos con duros cristales deformantes. Cuantos se acercan a mí únicamente ven lo que me rodea, o inventos de su imaginación. Lo ven todo, cualquier cosa, menos mi persona".
Publicada en España en 1966, "El hombre invisible", de Ralph Ellison (1914-1994), es una de esas obras que se quedan para siempre en la memoria.
"Me gustaría oir, a un mismo tiempo - escribe en esa novela -, cinco discos de Louis Armstrong tocando y cantando "¿Qué hice para ser tan negro y triste?". Ahora, de vez en cuando, escucho a Louis mientras tomo mi postre favorito: helado de vainilla con ginebra rosada. Echo el líquido coloreado sobre la blanca montaña que forma el helado, y contemplo cómo resbala, brilla y forma un sutil vapor, mientras Louis logra extraer de aquel militar instrumento musical oleadas de lirismo. Es posible que Louis Armstrong me guste debido a que de su invisibilidad ha hecho poesía. Pienso que ello se debe a que ignora que es invisible. Y, por otra parte, la conciencia de mi propia invisibilidad me ayuda a comprender la música".
¿Va a ser real, duradero y permanentemente visible Barack Obama?, me repito siguiendo las noticias. ¿Qué hay de invisible en la Historia tras tantas imágenes visibles?
Al otro lado de la habitación, Louis Armstrong eleva su trompeta:
"No salgo ya más
No tengo amigos
Mi único pecado
Es mi piel negra
Qué he hecho yo
Para ser tan negro
Mi corazón es negro".
Y sigue elevándose y elevándose y ondulando en el aire, la trompeta.