sábado, 5 de julio de 2008

MOMENTOS ESTELARES




A veces en Mi Siglo no es necesario escribir sino transcribir. Hoy en "El Mundo" Arcadi Espada transcribe a su vez unos párrafos de "Decisiones instintivas", el libro de Gerd Gigerenzer que narra con detalle el día de la caída del Muro. Espada evoca la tarde del 9 de noviembre de 1989 en que, en el lado soviético de Berlín, el portavoz del Partido Comunista convocaba una rueda de prensa, con preguntas. Ese portavoz se llamaba Schabowski y en la rueda de prensa un periodista de la agencia Ansa, Riccardo Ehrman, que había llegado corriendo y tarde, y ante la falta se sillas, ocupó un lugar en el suelo de la tarima, enfrente del funcionario soviético, le preguntó a Schabowski cuándo entraría en vigor la nueva ley de viaje. El portavoz dio a entender que iba a entrar en vigor de inmediato. Otro corresponsal de la NBC- sigue contando Arcadi Espada - le preguntó al funcionario comunista si la medida afectaba a todas las fronteras, y éste asintió. Riccardo Ehrman escribió en ese momento en su cuaderno: "La promulgación de la ley de viaje es el equivalente a la caída del Muro". Su despacho de agencia lo tituló la agencia Ansa: "El Muro de Berlín ha caído". Eran las 19,31, y así se extendió por todo el mundo.

Y ahora viene todo el relato de Gigerenzer sobre lo que ocurrió esa noche:

"A las ocho de la tarde, los noticiarios de Alemania Occidental resumieron apremiados la conferencia de prensa con sus propias palabras y apareció Schabowski, diciendo: "Ahora mismo, de inmediato". Las agencias de noticias entraron en esta competición de ilusiones e informaron erróneamente de que la frontera ya estaba abierta. El rumor llegó al Parlamento de Bonn, que casualmente estaba reunido. Profundamente conmovidos, algunos con lágrimas en los ojos, los diputados se levantaron y empezaron a cantar el himno nacional alemán. Los alemanes orientales que estaban viendo la televisión de la otra Alemania se sentían más que dispuestos a sumarse a las ilusiones sembradas por las noticias. Un sueño infinitamente lejano parecía haberse hecho realidad. Miles y luego decenas de miles de berlineses orientales subieron a sus coches o fueron andando hasta los pasos fronterizos. Pero naturalmente los guardias no tenían órdenes de abrir la frontera. Los airados ciudadanos exigían lo que creían que era su nuevo derecho de paso, y al principio los vigilantes se negaban a franqueárselo. Sin embargo, ante la avalancha de personas que los empujaban físicamente el oficial de uno de los pasos, temeroso de que sus hombres murieran pisoteados, levantó finalmente las barreras. Pronto se abrieron los demás pasos. No se disparó un solo tiro ni se vertió una sola gota de sangre. ¿Cómo pudo producirse este milagro? La causa inmediata de la caída del Muro de Berlín resultó ser una combinación de ilusiones y de un posterior rumor no fundamentado que se extendió como un reguero de pólvora. El Gobierno se sorprendió tanto como sus ciudadanos. Mientras que un levantamiento bien planificado podía haber sido aplastado fácilmente con tanques y soldados, como sucediera en 1953".
Por tanto, ante crónicas detalladas y menudas como ésta, no es necesario escribir sino transcribir. He pensado inmediatamente qué haría ante este acontecimiento un nuevo Stefan Zweig con sus "Momentos estelares de la humanidad". Sin duda, para el siglo XX, éste - con otros muchos, porque hubo varios - fue un "momento estelar". Algo que transforma las vidas de los hombres y el caminar de la Historia. No llega a ser, naturalmente, la conquista de Bizancio (el 29 de mayo de 1453); tampoco alcanza al descubrimento del océano Pacífico (aquel 25 de septiembre de 1513); no es en absoluto el minuto de Waterloo, el 18 de junio de 1815; tampoco las primeras palabras a través del océano, el 28 de julio de 1858. No es nada de todo eso y lo es todo. A las 19, 31 del 9 de noviembre de 1989 - no se han cumplido los veinte años - se transmite casi sin querer un momento estelar y los periódicos, las emisoras y las pantallas se quedan asombradas e incrédulas. El viento de la Historia acaba de cambiar.
(Imágenes: El Muro de Berlín.-ppc.uc.ac-cr/ El Muro.- foro. medotiempo.com/
Rachmáninov interpretando junto al Muro.-elpais.es)

viernes, 4 de julio de 2008

VOLLARD



"La culminación del arte - le explicaba Cézanne a Ambroise Vollard - es el rostro". Los recuerdos que ahora se publican "Ambroise Vollard: escuchando a Cézanne, Degas y Renoir" (Ariel), nos relatan las confidencias del célebre marchante que apostó no sólo por esos tres grandes pintores sino también por Gauguin, Bonnard, Matisse o Picasso. Para pintar el retrato de Vollard, Cézanne colocaba en medio del taller una silla dispuesta sobre una caja, que a su vez se encontraba elevada mediante cuatro soportes muy deficientes. "¡Yo mismo he preparado la silla para el posado! -le decía al modelo realmente asustado - Oh, no corre el menor peligro de caerse, señor Vollard, mientras conserve el equilibrio. ¡Además, cuando uno posa, no lo hace para moverse!".

Las sesiones comenzaban a las ocho de la mañana y se extendían hasta las once y media. Duraron ciento quince días. Uno de esos días, la inmovilidad de Vollard sobre la silla y encima de la caja le fue conduciendo al sueño y su cabeza, inclinada sobre un hombro, perdió la noción de donde estaba, el equilibrio dejó de existir y la caja y el modelo se precipitaron al suelo
"¡ Destroza usted la pose! - le increpó Cézanne -. Se lo digo de verdad: hay que aguantar como una manzana ¿Acaso se mueven las manzanas?


Cuenta igualmente Vollard que Cézanne usaba unos pinceles muy ligeros, que parecían de marta o de turón y que lavaba después de cada toque en un recipiente lleno de esencia de trementina. Tuviera la cantidad de pinceles que tuviera, los utilizaba todos durante la sesión. No pintaba pastoso, sino que ponía una tras otra unas capas de color tan finas como toques de acuarela, y el color se secaba al instante: así no había que temer - continúa Vollard - ese proceso interior de la pasta que produce grietas al pintar sobre una capa que no está seca del todo.


Fue Vollard retratado también por Renoir. Deseaba el marchante ser pintado en una armonía azul y cuando así se lo pidió al pintor, éste le contestó: "Lo haré cuando tenga usted un traje de un tono azul, que me diga algo; ya sabe, Vollard, ese azul metálico con reflejos de plata". Renoir - sigue contando Vollard - siempre "atacaba" su tela sin la menor prueba aparente de distribución. Todo eran manchas y más manchas, y súbitamente, unas pinceladas que hacían que "saliera" el tema. Hasta con unos dedos sin vida - concluye - llegaba a hacer como antaño una cabeza en una sesión. ( Y recuerda cómo Renoir se había enfrentado con el retrato de Wagner. El músico, que estaba ocupado en terminar la orquestación de Parsifal y que se negaba a ver a nadie, aceptó que Renoir comenzara a pintarle: "¡Sólo puedo concederle media hora!", le dijo, y tras posar veinticinco minutos se levantó bruscamente: "¡Ya basta! Estoy cansado". "Pero yo había tenido tiempo de terminar mi estudio, que a continuación vendí a Robert de Bonnières", señaló Renoir triunfante.


Singulares historias que cuenta Vollard sobre el retrato. Esa evolución que a veces va en contra del buen parecido. No puede olvidarse la frase de Picasso repintando la cabeza de Gertrude Stein para concederle la apariencia de una máscara basada en las obras del medievo español y la antigua escultura ibérica. A quienes se quejaron de su falta de parecido, les dijo: "Todo el mundo piensa que no se parece en nada a su retrato, pero no importa, al final acabará pareciéndose".
(Imágenes:Cézanne, "Retrato de Ambroise Vollard", z.about.com arthistory/ Renoir, "Retrato de Ambroise Vollard", wikimedia.org/ Picasso, "Gertrude Stein", metmuseum.org)

miércoles, 2 de julio de 2008

COMPRAR UN CUADERNO





Bakty, una niña de seis años, quiere comprar un cuaderno. El cuaderno para ella es más importante que los huevos o que el pan. Necesita un cuaderno para ir a la escuela. Además necesita un lapicero para escribir en el cuaderno, pero entre el lapicero y el cuaderno, en este mundo iraní, en este drama cruel y a la vez simple, si no tiene dinero para comprar las dos cosas, escribirá como pueda, por ejemplo, con el lápiz de labios de su madre. No se puede escribir sobre una roca o sobre la madera de un árbol porque el cuaderno hay que transportarlo. El cuaderno va con nosotros a través de la vida. El cuaderno nos muestra los primeros palotes, las letras del abecedario, las sumas y las restas, luego nos cuenta el origen de la familia, los dictados de historia que repite el profesor, las guerras que hubo, las paces que se lograron, cómo apuntaban con sus fusiles traidores agazapados, cómo se volaron las estatuas de Buda, de qué modo hay que ponerse y quitarse el velo, qué es la mujer, cómo llega el amor, qué es la venganza, el atraso, la persecución, la inmovilidad.
El cuaderno escrito con el lápiz de labios de la madre va llenando de rojo las páginas pero las explica bien, explica muy bien el día en que al amigo de Bakty le quisieron enterrar vivo unos compañeros, el amigo de Bakty miraba el mundo aterrorizado, más sorprendido que aterrorizado, el barro le cegaba los ojos y todo era barro de vida, el cuaderno describía el color tierra del paisaje y sobre todo el estupor, los cuadernos cuentan muy bien el estupor, el estupor, cuando se le nombra con palabras, no es lo mismo que cuando queda escrito, es un estupor para siempre, lo leen generaciones y generaciones de lectores de cuadernos, lo copian para que no se olvide en otros cuadernos distintos y esos cuadernos forman luego parte de libros,
esos libros se leen, se hacen guiones, los cuadernos de los guionistas nos señalan de qué modo va a rodar esta película Hana Makhmalbaf, esta muchacha de diecinueve años, hija del director iraní Mohsen Makmalbaf, cómo va a interpretar este drama esa niña de seis años que no quiere más que comprar un cuaderno para avanzar en la vida, para entenderla, cómo es capaz de entregar huevos, o pan, o lo que le pidan para tener un cuaderno, para levantarlo en el aire y poder leer todo lo que se ha escrito en la Historia y todo lo que le queda aún a ella por escribir.



(Imágenes:"Buda explotó por vergüenza", película dirigida por Hana Makhmalbaf)

martes, 1 de julio de 2008

TRABAJO Y PACIENCIA (2)



-¿Cómo consiguió trabajar durante cuatro veranos en un último piso de Torres Blancas (uno de los edificios más altos de Madrid en su época)?.- le preguntan hoy a Antonio López en una entrevista en "El Mundo".

- Era la vivienda de un pariente de la familia Huarte. Este familiar me comentó las hermosas vistas que tenía de Madrid desde su vivienda. Recuerdo que fui a la casa un atardecer junto con Julio Muñoz. En el momento en que salí a la terraza y vi esa hermosa vista me subí a un tablero y allí me instalé.

-¿Cómo fue el proceso creativo?
-Es una pintura que está realizada íntegramente al natural. Pero al intentar captar la luz del atardecer debía pintar durante ese instante. Llegaba tres horas antes de ese momento para dibujar sobre el cuadro. Cuando pintaba con óleo debía tener cuidado con la incidencia de la luz solar en los objetos. Disfruté muchísimo. Para mí fue más un diálogo que establecí con el sol, la luz y los objetos.
Creo que no hay que decir nada más sino transcribir. La espera de la luz, la cita con la luz, el tablero, la paciencia y el enamoramiento.
(Imágenes: Antonio López, explicando su trabajo en una de las terrazas de Madrid/ La Gran Vía, otro de los cuadros de Antonio López.)


TRABAJO Y PACIENCIA




“”No hay medida con el tiempo - escribió Rilke -; no sirve un año, y diez años no son nada; ser artista quiere decir no calcular ni contar; madurar como el árbol, que no apremia su savia, y se yergue confiado en las tormentas de la primavera sin miedo a que detrás pudiera no haber verano. Pero lo habrá sólo para los pacientes, que están ahí como si tuvieran por delante la Eternidad, de tan despreocupadamente tranquilos y amplios. Yo lo aprendo diariamente, lo aprendo entre dolores, a los que estoy agradecido. ¡La paciencia lo es todo!”.

Madrid desde Torres Blancas“, el óleo sobre tabla de Antonio López que acaba de ser subastado en Christie`s por 1,74 millones de euros - por encima de Barceló o de Tapies - es una prueba más de la gran paciencia en el trabajo. Pintado entre 1976 y 1982, la luz del sol cayendo ya sobre Madrid lo estaba haciendo puntualmente a las 21,4o de los días 21 de abril, 21 de mayo, 21 de junio, 21 de julio y 21 de agosto. Unas marcas a lápiz descubiertas en el borde del cuadro señalan las cuentas que iba haciendo el pintor mientras trabajaba. Marcas que ya hizo hace años sobre la corteza del membrillo. La luz también caía entonces a una determinada hora, en el determinado día de un mes determinado. La paciencia esperaba con el pincel. Víctor Erice lo reflejó en una hermosa película y el membrillo se dejaba acariciar por el arte para pasar de ser fruta a pintura. Era el recuerdo de Antonio López con su cita anual con la luz. Recordaba la luminosidad del año anterior y esperaba igual que espera un hortelano un tono cárdeno en el horizonte. Rilke volvía a pasar una vez más con sus consejos a un joven poeta: “Tampoco basta que se tengan recuerdos. Es preciso poderlos olvidar, cuando son muchos, y es preciso tener la gran paciencia de esperar a que vuelvan. Porque los recuerdos mismos aún no son eso. Sólo cuando se hacen sangre en nosotros, mirada y gesto, sin nombre, y ya no distinguibles de nosotros mismos. Sólo entonces puede ocurrir que en una hora muy extraña brote en su centro la primera palabra de un verso y parta de ellos.”


(Imágenes: “Madrid desde Torres Blancas” de Antonio López, elmundo,es/ “El sol del membrillo” de Víctor Erice)

lunes, 30 de junio de 2008

LA CASA DE MANGUEL


Aquí se escriben todas las cosas, se leen todas las cosas que se han escrito, se escribe sobre las cosas que aún no se han escrito y que sólo se han imaginado, se leen las cosas que la imaginación dictó a la mano, la mano se apoyó en un pupitre, los dedos tomaron la pluma o las yemas pulsaron música de teclado, el correr de la tinta bajó por la vena del brazo y una sangre azul fue cubriendo esta página que ahora se lee, la mano apoyada en el pupitre, los dedos pasando las páginas, las yemas acariciando los bordes, así se lee, así se ha escrito, ¿se lee primero o se escribe primero? ¿cuándo empezó la escritura?, alguien escribió aquel trazo en la roca, un signo tosco, apenas una señal para marcar el paso de un animal, bautizar un nombre, alguien se paró a leer aquel trazo, ¿quién le enseñó a leer? ¿hubo un pacto entre quien escribió y quien leyó?, el lector se alejó de la roca, quedó informado del paso del animal, incluso supo hasta su nombre, cuando llegó a la cueva él también hizo otro trazo sobre lo que había leído, escribió sobre su lectura, eran ya dos escritos y una lectura, un lector que salió a cazar al animal y un escritor que quiso adelantársele, el animal corrió, no sabía leer, no sabía escribir, los animales carecen de pupitre y de teclado y corren y corren despavoridos con su cornamenta al aire, huyen de los trazos de los hombres, de sus amenazas escritas, intuyen que son amenazas, en vez de ver pájaros o nubes o ramajes ven algo inexplicable, parece un trazo marcado por un hombre, marca de cazador, un signo, la señal para seguir, para matar, el animal huye de la escritura y de la lectura que va informando dónde acorralarle, cómo vencerle, la escritura va dando instrucciones a los que avanzan con sus coches polvorientos por los mapas, el fusil - según marca la lectura - hay que ponerlo horizontal, certero, el escritor escribió que ese animal que escapa doblará rendido antes del río y el olfato del animal huele ya el disparo antes de que se produzca, cae agotado cuando llega la bala, el dedo del escritor suelta el gatillo que va ya al teclado, la palma de la mano resbala de la culata al pupitre y las yemas vuelven a pasar los bordes de las hojas, las hojas de la lectura siguen abiertas bajo la luz cercana de la inmensa Biblioteca y la cabeza del animal cae hacia un lado y va destilando un reguero de sangre.
(Imagen: Biblioteca Británica)

domingo, 29 de junio de 2008

LA MIRADA SE HACE BESO






Porque no poseemos,


vemos. La combustión del ojo en esta


hora del día, cuando la luz, cruel


de tan veraz, daña



la mirada, ya no me trae aquella



sencillez. Ya no sé qué es lo que muere,



qué lo que resucita. Pero miro,



cojo fervor, y la mirada se hace



beso, ya no sé si de amor o traicionero





Claudio Rodríguez, "Alianza y Condena" (1965)



"La mirada se hace beso, escribe el gran poeta español. Estamos, pues, en el otro extremo del espacio del ojo. Al ojo por ojo del Antiguo Testamento se le procura reemplazar con el amor es ojo, en expresión de Ricardo de San Víctor. Pero hay que preguntarse si en las enormes urbes hostiles, con sus calles de precipitación y sus grandes superficies de consumismo, ante las aceras de inmigrantes y en los portales del paro, bajo ventanas de violencia y chillido y también en las plazas ociosas de los bostezos, el amor llega a ser ojo, el amor es ojo, de tan cargada que esté la pupila de comprensión. ¿O estamos aún en el ojo por ojo, no hemos salido aun del ojo por ojo en el cruce sesgado de los rencores?" ("Necesidad del asombro", en "El artículo literario y periodístico".-Eiunsa.-, páginas 320-321.)


(Vienen todos estos recuerdos al leer de nuevo a Claudio Rodríguez, al que ahora acaban de traducirle al francés su "Don de la ebriedad" (Arfuyen), y vienen estos recuerdos bajando por aquellas escaleras de la Facultad de Filosofía y Letras en la Universidad Complutense de Madrid en el año 1956, cuando coincidimos los dos en las aulas, tres años después de su Premio Adonais y dos años antes de "Conjuros". Bajaban con nosotros por aquellas escaleras y cruzaban los pasillos grandes profesores: Francisco Ynduráin - con el que tuve tanta relación desde Zaragoza, junto a José Manuel Blecua - o Rafael Lapesa. Después Claudio y yo nos vimos varias veces en el barrio de Salamanca, recordando poemas. Pero quizá la impresión mayor que viene a mi memoria fue mi charla sobre Claudio con Dámaso Alonso muchos años después. Le veo bajar a Dámaso por la escalera de su alta biblioteca en aquella casa suya que estaba entonces alejada del centro de Madrid. Hablamos de su libro "Poetas españoles contemporáneos", que él me dedicó aquella tarde, y la conversación pasó desde Ernestina de Champourcin hasta Claudio Rodríguez, escuchando yo con admiración al gran crítico de la lírica.
Recuerdos, todo recuerdos..."La mirada se hace beso", escribía Claudio. Ojalá que así sea.)
(Imagen: Claudio Rodríguez.)