jueves, 14 de febrero de 2008

INTERPRETACIÓN Y TRADUCCIÓN


¿Es cierto que la mejor traducción en nuestra prosa de A la busca del tiempo la hizo Pedro Salinas, como afirma Andrés Ibáñez? ¿Es cierto que gran traducción fue la de Cortázar a las Memorias de Adriano de Yourcenar, la de Alfonso Reyes a Chesterton, la de Borges a Las palmeras salvajes de Faulkner, la de Dámaso Alonso a Retrato del artista adolescente, la de Juan José del Solar a La metamorfosis de Kafka? De todo esto habla y se pregunta un gran traductor como es Miguel Sáenz, que ha vertido al español obras de Brecht, Grass o Thomas Bernhard en un interesantísimo artículo, El castellano bien temperado ("Quimera", octubre 2007).

Miguel Sáenz - empleando el paralelismo de la traducción con la interpretación musical - confiesa que cuando se sitúa ante un texto ( que normalmente coloca sobre un atril) , se siente como un músico dispuesto a acometer la tarea de descifrar, asimilar y expresar lo que otro compuso. Esta similitud entre interpretación musical y traducción, tan querida a Sáenz, la apoya él, entre otras cosas, en un texto de la finlandesa Oili Suominen que dice: "Todos los traductores de Grass tienen la misma partitura delante, pero cada uno toca su propia interpretación y frasea a su modo, y cada instrumento tiene su propio sonido".

Viene esto a cuento del amable y muy preciso comentario que he recibido a mi entrada "Traductor, pero no traidor" de hace pocos días. Defiende muy lógicamente quien lo envía, hablando del traductor, "el reconocimiento de un trabajo en la sombra, para que el lector recuerde quién le ha trasladado, o le ha aproximado al carácter de la obra inicial". Sáenz, refiriéndose a ese valor y a ese reconocimiento, declara que "resulta evidente por qué el nombre del traductor debe figurar en la portada del libro: nadie quiere escuchar simplemente una Novena de Mahler sino una Novena dirigida, por ejemplo, por Abbado".

"La inteligibilidad del texto, la experiencia y estilo del traductor, que puede permitirse ciertas licencias para justificar su trabajo" , como señala quien me manda el comentario, es algo obvio. El ejemplo de Georges Perec y sus vocales a la hora de traducir es bien palpable. Por otro lado, la musicalidad de los escritores austriacos - de Roth o de Bernhard, entre otros - exige, como dice Sáenz, un buen oído. Son los ritmos, melodías y armonías internos los que mueven tantas veces la lengua. Como en ese artículo se cita, el cantaor Enrique Morente dijo en una ocasión: "Un amigo me habló de un poema que cuenta cómo se sufre traduciendo un poema. Para mí, eso es la esencia del arte: una continua traducción y bastante angustiosa por cierto. Se trata de traducir sentimientos, de plasmar los sentimientos de la tradición, los caminos transitados antes por otros, en tu propio idioma".



martes, 12 de febrero de 2008

CUNQUEIRO, FANTASÍA Y REALIDAD



Participo ayer en Madrid en la presentación del libro de Montse Mera El periodismo de Álvaro Cunqueiro. "El envés" como columna original en la prensa española (Diputación Provincial de Lugo). Conocí a Cunqueiro en una noche de niebla en la vieja estación del Norte de Madrid - hoy desaparecida para esos menesteres- como desapareció la niebla nada más cruzarla aquella figura de espaldas con sombrero negro que no se sabe bien si iba o venía de la fantasía a la realidad, si subía o bajaba de aquel tren que venía o que iba hacia el tiempo. El tiempo también desapareció - debió ser hacia 1980 - y las cifras de aquel año se las llevó consigo el tren, empezaron a rodar y a girar en la niebla, a hacerse humo y ruido, el ruido también se desvaneció y todo quedó como suelen quedar a veces los andenes de la literatura y del periodismo: llenos de vacío.
Perdido en las brumas de una prosa lírica, para las nuevas generaciones de posibles lectores la pluma de este gallego culto e irónico, cargado a veces de ornamentos barrocos, humano, humanístico y muy terrenal podría mirarnos desde la última vuelta del camino del olvido mostrándonos sólo el bagaje de la ficción, como si Cunqueiro únicamente supiera trazar invenciones y mentirnos encantadoramente con la verdad de sus novelas. Pero Cunqueiro fue mucho más. Paralelamente a sus historias soñadas se propuso abrir los sueños de la historia cotidiana con las hojas puntuales y serviciales de un periódico. Álvaro Cunqueiro fue singular periodista. Levantaba la hoja de la realidad total y miraba lo que había debajo y al otro lado de la planta y de la palma de la noticia. Enseñaba - con la curiosidad, que es condición de todo informador auténtico - lo que nadie había visto y nadie veía y que sin el ojo de Cunqueiro acaso nadie vería nunca. Ese era el envés: una creación y un hallazgo que él inventó y que supo desarrollar como nadie en su oficio.
Se cree a veces que ser periodista es ser únicamente curioso e ingenioso, yendo y viniendo por los patinajes superficiales de las autopistas de la información, haciendo de correveidile electrónico de los dimes y diretes del mundo, hambre para hoy y hambre también para mañana porque los cementerios de las hemerotecas están sembrados de fugacidades, las historias del ayer amarillo.
El buen periodista, sin embargo, ha de empedrarse de lecturas porque sólo el conocimiento profundo afina la mirada del testigo y le hace sabio, ponderado, capar de orientar los vaivenes del público.
Eso hizo Cunqueiro.
Como si el humo y el ruido lo envolvieran, el gallego Cunqueiro se vuelve en aquel andén de niebla de 1980 para mostrarnos su faz periodística, su pluma original. Luego su espalda y su sombrero negro de nuevo tornan al tren. No se sabe si va o si viene, no se sabe si se irá o se volverá.

lunes, 11 de febrero de 2008

TRADUCTOR, PERO NO TRAIDOR




Me aportan un agudo comentario a mi entrada del 5 de febrero Librerías de "arte y ensayo" hablándome de la traduccción. Oficio complejo el de traductor. Su verdadero logro - se ha dicho - es el de mantenerse invisible ante los ojos de un receptor. El traductor es el eslabón invisible entre lenguas y culturas. A principios del XX ya alguien importante señaló las tres dificultades de toda traducción : los criterios de fidelidad al texto original, atender a la comprensibilidad del lector y utilizar aquellos recursos retóricos de la lengua que mantengan mejor el mensaje y sean más acordes con la mentalidad del receptor.

Pienso en excelentes traductores españoles, entre muchos otros, en Miguel Sáenz ( que se ha ocupado, por ejemplo, de las obras de Thomas Bernhard o de Kafka) o en Carlos Fortea. Al traducir siempre se pierde caudal, pero la labor del buen traductor consistirá en que se pierda lo menos posible. Por tanto se deberá ser fiel tanto a la lengua de origen como a la lengua de llegada, como el traductor habrá igualmente de ser fiel a la cultura de origen lo mismo que a la cultura de llegada. La profesora Jenny Brumme, de la Universidad Pompeu Fabra de Barcelona ha señalado que "no se entiende al traductor como un mero transmisor entre dos lenguas, sino como un especialista multicultural que tiene que recrear, en una situación determinada, para una cultura de llegada, un texto impregnado de una cultura de origen"(Revista Especulo). El traductor, pues, tendrá que estudiar el original y su contexto, prestando especial atención al momento histórico en el que se produce, la sociedad en que aparece, la biografía del autor original y todos los factores socioeconómicos que lo rodean. No basta entonces con conocer con rigor la lengua y su funcionamiento, hace falta mucho más.

Quien aporta ese comentario añade que prefiere muchas veces leer las obras en la lengua original. Es normal. Faulkner lo pide. Proust lo pide. Pienso en los largos monólogos de Absalón, Absalón, en los movimientos proustianos del universo más sensible, allí donde la célebre magdalena se empapa en el famoso té o donde las sombras de las muchachas en flor pasean con sus sombrillas blancas en los parques de París.

La lenguas y las culturas se enlazan con el hilo de la buena traducción. Pero ese hilo debe ser invisible. Al traductor no se le ve. Lo admiramos porque no se le ve. Oculto en las profundidades de la lengua se ha hecho invisible para que con nuestros ojos veamos y leamos mejor.