Participo ayer en Madrid en la presentación del libro de Montse Mera El periodismo de Álvaro Cunqueiro. "El envés" como columna original en la prensa española (Diputación Provincial de Lugo). Conocí a Cunqueiro en una noche de niebla en la vieja estación del Norte de Madrid - hoy desaparecida para esos menesteres- como desapareció la niebla nada más cruzarla aquella figura de espaldas con sombrero negro que no se sabe bien si iba o venía de la fantasía a la realidad, si subía o bajaba de aquel tren que venía o que iba hacia el tiempo. El tiempo también desapareció - debió ser hacia 1980 - y las cifras de aquel año se las llevó consigo el tren, empezaron a rodar y a girar en la niebla, a hacerse humo y ruido, el ruido también se desvaneció y todo quedó como suelen quedar a veces los andenes de la literatura y del periodismo: llenos de vacío.
Perdido en las brumas de una prosa lírica, para las nuevas generaciones de posibles lectores la pluma de este gallego culto e irónico, cargado a veces de ornamentos barrocos, humano, humanístico y muy terrenal podría mirarnos desde la última vuelta del camino del olvido mostrándonos sólo el bagaje de la ficción, como si Cunqueiro únicamente supiera trazar invenciones y mentirnos encantadoramente con la verdad de sus novelas. Pero Cunqueiro fue mucho más. Paralelamente a sus historias soñadas se propuso abrir los sueños de la historia cotidiana con las hojas puntuales y serviciales de un periódico. Álvaro Cunqueiro fue singular periodista. Levantaba la hoja de la realidad total y miraba lo que había debajo y al otro lado de la planta y de la palma de la noticia. Enseñaba - con la curiosidad, que es condición de todo informador auténtico - lo que nadie había visto y nadie veía y que sin el ojo de Cunqueiro acaso nadie vería nunca. Ese era el envés: una creación y un hallazgo que él inventó y que supo desarrollar como nadie en su oficio.
Se cree a veces que ser periodista es ser únicamente curioso e ingenioso, yendo y viniendo por los patinajes superficiales de las autopistas de la información, haciendo de correveidile electrónico de los dimes y diretes del mundo, hambre para hoy y hambre también para mañana porque los cementerios de las hemerotecas están sembrados de fugacidades, las historias del ayer amarillo.
El buen periodista, sin embargo, ha de empedrarse de lecturas porque sólo el conocimiento profundo afina la mirada del testigo y le hace sabio, ponderado, capar de orientar los vaivenes del público.
Eso hizo Cunqueiro.
Como si el humo y el ruido lo envolvieran, el gallego Cunqueiro se vuelve en aquel andén de niebla de 1980 para mostrarnos su faz periodística, su pluma original. Luego su espalda y su sombrero negro de nuevo tornan al tren. No se sabe si va o si viene, no se sabe si se irá o se volverá.
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