viernes, 19 de octubre de 2007

EL AGUA DE LA MÚSICA

Wagner cuenta en sus Memorias que, tras haber llevado años pensando en Lohengrin, el ímpetu de la creación le arrebató súbitamente y ya no pudo esperar más: "Apenas había entrado en mi baño hacia el mediodía cuando el deseo de anotar Lohengrin se apoderó violentamente de mí. Incapaz de pasar una hora entera en el agua, salté fuera de mi bañera al cabo de pocos minutos; y tomándome a duras penas el tiempo de vestirme, corrí como un loco a mi cuarto para arrojar sobre el papel lo que me oprimía". Se sabe que en ese momento el agua hirviendo de la música estalló en su cerebro y derramándose por el brazo derecho del compositor, bajó por los ríos de sus venas hasta llegar al puerto de sus manos donde los dedos comenzaron a trazar fragmentos de melodías y los pasos primeros de la ópera en tres actos.
Se sabe también que ese agua salió mansamente del cuarto, el líquido encontró pronto el cauce del pasillo y el agua de la música saltó a la calle, atravesó la ciudad en busca de un teatro y empujando violentamente sus puertas subió con fuerza hasta palcos y escenarios. El agua tocó primero la madera de los violines, entró y salió de las trompetas y golpeó jugetona los platillos. Luego se vio al agua de la música rondar con reverencia las túnicas de los coros y acompañar a las declamaciones dramáticas. Al fin, con brillantez, se despidió.
¿Hay algo en el mundo que se parezca a la música?, me pregunto a veces.
Shakespeare comenta en El mercader de Venecia: "El hombre que no tiene música en sí ni se emociona con la armonía de los dulces sonidos es apto para las traiciones, las estratagemas y las malignidades. No os fiéis jamás de un hombre así. Escuchad la música". También Cervantes dice en El Quijote: "Donde hay música no puede haber cosa mala".
Y sin embargo en batallas enconadas - en la Segunda Guerra Mundial hubo muchos ejemplos -la música ha sabido mezclarse con las mayores crueldades.

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