viernes, 14 de diciembre de 2007

MÚSICA EN EL AIRE


En ese avión que recorre el contorno de la tierra, ese avión entre luces y sombras, dejando atrás ráfagas y estelas, en ese avión que escapa, que pasa vertiginoso, va sentado Igor Stravinski en la segunda fila de clase preferente, y cuando pasa a su lado la azafata vestida de azul las manos del músico le piden por favor que, del carrito de las bebidas, le permita una pequeña servilleta para ponerse a escribir. Escribe Stravinski en cualquier trozo de papel, si no tiene servilleta en el sobre de una carta, al dorso de un menú o de un programa, lo importante es esbozar, trazar esos primeros rasgos que luego él pegará a las páginas de su agenda, convenientemente ordenado y numerado todo con lápices de colores, de tal modo que ese cuaderno suyo, tan personal, donde la inspiración le arrebata a veces entre las nubes, se vaya transformando en una especie de continuo collage.
Los creadores son así. Las mañanas el autor de El pájaro de fuego las dedica a la invención, las tardes las consagra a la composición. "El talento no se nos concede en propiedad, y tenemos que restituirlo", suele decir. "Tengo más música dentro de mí, y tengo que darla. No puedo vivir recibiendo vida solamente".
Esta noche, cuando el avión llegue a su destino, Stravinski construirá en el hotel su propio ambiente. Extraerá de su maleta unas litografías que lleva siempre consigo y, quitando las ilustraciones triviales de la habitación anónima, decorará su propio estudio; colocará en su mesita de noche plumas, cartapacios de música, pinzas, secantes, un reloj de la época de los zares y la medalla de la Virgen que el compositor lleva al cuello desde su bautismo. Luego, apagando la luz, soñará en alemán, en inglés, en francés y en ruso con todo lo que le vaya diciendo la música.

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