Con estas palabras - "un baúl lleno de gente" - calificó Antonio Tabucchi todo lo que Pessoa dejó al morir. Ahora leo en la prensa que a los ciento veinte años de su nacimiento siguen apareciendo inéditos del poeta y que su familia anuncia que subastará ochocientos manuscritos. Nada tiene de extraño. " El 8 de marzo de 1914 Pessoa se acerca en su casa a una cómoda alta y (contará él mismo), "cogiendo un papel, empecé a escribir, de pie, como escribo siempre que puedo. Y escribí treinta y tantos poemas de un tirón, en una especie de éxtasis cuya naturaleza no podría definir. Fue un día triunfal de mi vida, y nunca podré disfrutar de otro semejante". Ese día nacerán los poemas de Alberto Caeiro, el primero de sus tres principales heterónimos ( es decir, tres personalidades ficticias, pero definidamente caracterizadas: Caeiro, filósofo antimetafísico, Ricardo Reis, horaciano, y Álvaro Campos, futurista, discípulo de Whitman y de Marinetti). Esos tres heterónimos -seres inexistentes - tendrán para Pessoa una apariencia física concreta, unos datos y un perfil: Alberto Caeiro será de estatura media, frágil, de pelo rubio y ojos azules; Ricardo Reis, un poco más bajo que Caeiro, fuerte y seco; Álvaro Campos, relativamente alto, delgado, con cierta tendencia a encorvarse, blanco y moreno, un tipo de judío portugués, portador de monóculo. Pero lo principal de esos heterónimos -con personalidad poética independiente, cada uno con su escritura y su arte poética original - es que son sus poemas los que dan luz a los autores, son sus poesías las que crean a sus creadores y no al revés. Pessoa se repartirá entre sus poemas ortónimos (es decir, los que el poeta escribió con su nombre) y los heterónimos (atribuidos a figuras que él crea).
Por eso ese baúl está lleno de gente. Vamos sacando poemas y autores y lluvia del baúl y esas calles de Lisboas distintas en la Lisboa misma, cuando bajamos hacia la Baixa desde el monumento al Marques de Pombal, andando por la Avenida de la Libertad y el cerebro se nos escapa hacia el Jardín Botánico, se pierde la imaginación por el Rossío, la voluntad se desmembra por la Rua de Alecrim. Un tranvía célebre va remontando el hombro de Lisboa y su campanilla suena conforme ascendemos. Está cerca el Castillo de San Jorge, abajo la Plaza del Comercio, la red de calles de la rua del Ouro, rua Augusta y rua da Prata, las gentes que vienen del Monumento dos Restauradores. Llueve, llueve en Lisboa sobre este baúl lleno de gente. Como si atravesáramos la lluvia, como si nos aterrorizara la tormenta, así vemos Lisboa envuelta en agua, el papel de las casas desprendido de los muros de carne, la calle de la Aduana, la calle del Arenal, la calle de los Doradores, el Terreiro do Paco humedecido por esa poesía que un hombre piensa en el café Martinho da Arcada - junto a la Plaza del Comercio, en la esquina de los soportales de la calle de la Aduana con la Augusta - o en los cafés de la Plaza del Rossío, este hombre solitario, insatisfecho, atormentadamente introvertido, este hombre mixtificador, amante de la magia y del ocultismo, este hombre que escribirá luego refugiado en el primer piso de la casa número 16 de la calle Coelho da Rocha y que responde a las voces plurales de la noche bajo un nombre que envuelve muchos nombres y que quiere llamarse Fernando Pessoa, el hombre que está llenando de gentes este viejo baúl". ("El artículo literario y periodístico".-Eiunsa, 2007, págs 220- 222).
(Foto: retrato de Fernando Pessoa por Almada Negreiros, Patrimonio artístico de la Cámara Municipal de Lisboa.-openDemocracy).
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