domingo, 9 de septiembre de 2007

LA VOZ HUMANA

En el monólogo teatral "La voz humana" de Cocteau la actriz aparece en una habitación azulada y oscura, en un decorado enmarcado por cortinajes rojos, con una cama desordenada al lado y como centro de todo un teléfono. El teléfono siempre ha atraido a escritores y artistas. "Esa idea -decía Auster- de estar hablando con alguien, de crear cierta intimidad y, al mismo tiempo, ser completamente invisible...Se pulsan unos botones y se puede hablar con cualquiera en el mundo. Resulta tan misterioso... Es al mismo tiempo aterrador, inútil, y a veces magnífico..."
Por eso esta mujer que pasa del nerviosismo a la mentira, de la mentira a la seducción, de la seducción al abandono, esta mujer que habla y habla caminando y volviendo a caminar por la escena sin soltar nunca el teléfono, esta mujer que estira el cable de la distancia, que pregunta, disimula, sospecha, a la que vemos de espaldas y de perfil, de la que oimos su timbre suave y encantador transformado de pronto en cruel y vengativo, esta mujer atada a la voz humana que le habla, la voz que necesita oir, la voz a la que su voz responde, la voz que querría siempre al lado, es hermana de esta otra mujer moderna que cruza la calle hablando por el móvil, que habla mirando a escaparates, que sigue hablando mientra sube escaleras, esta mujer sin cable, con el oído pegado a la voz, esa voz que le ha hablado siempre al otro lado del teléfono, esa voz necesaria, urgente, la voz que quiere retener, esa voz que no se puede escapar, no, él no me puede colgar, ¡no, no me puedes colgar!, eres la media naranja de mi voz, ¡eres casi mi voz misma!
Por eso cuando en la escena de Cocteau vemos cómo esta mujer se va enrollando al cuello el cordón del teléfono y desesperada, incrédula, asustada ante tanto silencio, va diciendo "¡Dios mío, que me llame! ¡ Dios mío, que me llame!", no nos extraña ver a esta otra mujer en la calle pendiente del móvil que acaba también de escuchar un completo silencio y repite lo mismo, "¡Dios mío, que me llame! ¡ Dios mío, que me llame!", antes de caer desvanecida al suelo.

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