Aunque con los movimientos de las otras partes del cuerpo se suele acompañar el hablar, no hay sin embargo miembro que a todas las variedades del decir (que son infinitas) pueda acomodar sus actos sino las manos, que en cierto modo puede decirse que en verdad hablan.
¿Escribe esto sobre ese papel el médico napolitano Bartolomeo Maranta en 1575 o son las dos manos de Escher, las dos manos del dibujante y grabador holandés las que al unísono están copiando lo que dijo Maranta? Nunca lo sabremos. Las manos que escriben adquieren esos efectos ilusorios, esquemas geométricos basados en falsas perspectivas y las fechas y los tiempos se anotan cada una con un lápiz. Las manos hablan entrecruzándose y las manos de pronto se levantarán del papel y comenzarán a actuar.
Es el lenguaje de los gestos, la señal de los dedos indicando, ordenando, señalando, ayudando a comprender, a veces llevando el índice a los labios para representar el silencio. Hoy que ha muerto un actor en España el gesto en el arte escénico evoca a las manos que envuelven y entregan las palabras al patio de butacas. Los patios de butacas muchas veces son las calles con sus aceras de movimientos gestuales, discusiones, ruegos, opiniones, amenazas, la representación de las manos que intentan explicar lo que la fuerza de las palabras ya explicó, pero que ahora la flexión de los dedos y la concavidad de las palmas empuja y arroja al espectador que escucha.
Luego las manos se calmarán. Tomarán esta noche un papel y un lápiz y otra vez, cruzándose, volverán a escribir.
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