
Todo ello lo cuento en mi libro Diálogos con la cultura, como relato también la historia de la sortija.
- Yo tenía una sortija - me dijo también aquella tarde el autor de Bomarzo - que me habían regalado entre veintisiete amigos, porque era extremadamente cara, era un ágata que tenía tallado el perfil de Shakespeare. Y ese anillo lo tuve siempre, siempre hasta hace unos dos años en que nadie sabe cómo desapareció. Como si fuera algo mágico. Era un día de mucho frío; yo no salí al jardín, me acosté a dormir la siesta, me puse una manta sobre mí..., y cuando me desperté noté que no tenía mi sortija... todo fue muy raro; no había nadie extraño en la casa, era el mismo servicio que ahora tengo..., se revolvió todo, incluso la chimenea, las cenizas por si se me había caído..., y jamás, jamás apareció...
Lo que nunca le confesé a Mujica Láinez era que yo fuí quien robó la sortija. Aprovechando su sueño, entré por el jardín e, inclinándome sobre el sofá del novelista, le extraje con gran cuidado el ágata. Es ese perfil de Shakespeare que la gente tanto envidia y que generalmente llevo yo.
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