"Abandonando la persecución nos hicimos con dos trofeos: uno por el combate de la infantería sobre las telas de araña, y otro por el combate aéreo sobre las nubes - escribe Lucio de Samosata en su "Historia verídica", en la mitad del siglo ll -. En ese preciso momento los vigías nos anunciaron la llegada de los centauros volantes, a los que Fetonio había esperado para la batalla. No estaban muy lejos de nosotros y ofrecían un aspecto extrañísimo. La parte superior del cuerpo, que tenía forma humana, era tan alta como el Coloso de Rodas, y la inferior, en forma de caballo alado, era tan grande como un navío. En cuanto a su número, prefiero no escribirlo por temor a excitar la incredulidad de los lectores".
Si esto ocurre en el siglo ll, en el XVll, Shakespeare, en "La tempestad", describe a Calibam como mitad hombre, mitad bestia, y a Ariel (como recuerda Kingsley Amis) como un rádar móvil antropomorfo.
Vayan estos antepasados por las nubes de los libros volando y acompañando a la estela de Arthur. C. Clarke - al que aludí en Mi Siglo el pasado 17 de diciembre - y que nos acaba de dejar.
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