Al principio del excepcional libro de Ramón Andrés, "El mundo en el oído". El nacimiento de la música en la cultura ( Acantilado) - un libro que nos sumerje totalmente en la sabiduría - leo que "la mayoría de diccionarios definen la inteligencia como la acción más o menos rápida de comprender una situación o un concepto, pero a menudo "ese concepto" parte de la sensación auditiva, más que visual, para convertirse de inmediato en conocimiento y memoria, es decir, en una elaboración interior propiciada por la sonoridad. La inteligencia es ante todo saber oir y escuchar, esto es, asimilar. En la sentencia de Marcos se dice que quien tenga oídos que oiga, y en cambio no se apela a la vista para confirmar una realidad".
Es cierto ello, pero habría que recordar las palabras de Leonardo hablando del ojo: "el ojo, que es la ventana del alma, es el órgano principal por el que el entendimiento puede tener la más completa y magnífica visión de las infinitas obras de la naturaleza". ("Cuadernos de notas".-Felmar.)
Sea ojo u oído lo que nos acerca más a la inteligencia, a los dos habría que añadirles el silencio. Bergson define la inteligencia como el arte de salir de aprietos, y es indudable que en el silencio de la meditación, paseando uno mismo con su propio pensamiento, la inteligencia - sin recibir en ese momento estímulos auditivos -traza sus caminos personales pensando en cuanto antes ha oído o contemplado y de este modo desarrolla ese comportamiento que a la inteligencia define: la capacidad para resolver problemas nuevos, aprender con rapidez, abstraer y percibir relaciones. El silencio es vital cuando el mundo entra por el oído. Vivimos en un universo que es todo oído, y por el cual no entra sólo música -¡ójala! -, sino conversación, intrascendencia, rumorología y todas las astillas verbales, muchas veces innecesarias, que va soltando, al pasar, la convivencia. El silencio es vital para escuchar el ruido singular de la lectura. Como en la cámara reservada de Italo Calvino en "Si una noche de invierno un viajero" (Bruguera), el sonido de las palabras nos va trasmitiendo el cuerpo de
la conversación que el autor quiere tener con nosotros siempre que nosotros estemos en íntimo silencio, es decir, pendientes de lo que se nos dice: escuchando al libro. También aquí la música de las frases, la ondulación de los párrafos, el rumor constante de la verdad de las ideas que los vocablos recubren, todo eso se va vertiendo hasta desembocar en nuestro silencio, silencio de lectura apoyados en el butacón, abandonados en la cama o sentados bajo el cielo de un parque. Todos los aparatos de sonido y de imagen - televisión, radio, ordenador e incluso la llamada sorprendente del móvil - permanecen apagados. Es el silencio lo que nececesitamos muchas veces al día y del que solemos huir. O él nos huye. La inteligencia a veces es vivir en silencio.
(Fotos: "Alegoría del Sentido del Oído" de Brueghel de Velours.- El silencio.)
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