sábado, 13 de octubre de 2007

FOTOS EN EL METRO

Cuando entra ese negro ciego en el metro y le llevan de la mano para que pueda sentarse en el vagón, la niña que está enfrente se le queda mirando de pronto y empieza a fotografiarle instantáneamente, velozmente, sus pupilas de once años captan una, dos, cien, mil fotografías precisas, está formando la imagen de ese negro ciego que se ha sentado hierático con su bastón mirando al vacío desde su vacío, viajando en su habitual negrura, y la cámara de los ojos de la niña deja que se impresione mediante la luz esa superficie sensibilizada llamada clisé, placa o película, y esas fotografías sucesivas no las olvidará nunca porque son las preguntas de los cómos, de los porqués, del por qué ese negro es ciego y además sonríe, cómo es posible que sonría, por qué parece tan feliz, de dónde viene ese negro con gafas oscuras, a dónde va, los flases y fogonazos de las interrogantes eternas en unos ojos de once años que guardan todos los destellos que emite el mundo.
No sabe esa niña que fotografía que yo la estoy fotografiando. Ella reproduce en sí misma la imagen de ese negro ciego y yo la reproduzco a ella. Ella lo representa en sucesivas instantáneas y yo la retrato en parpadeos constantes.
Mientras tanto corre el vagón con sus luces, entra en el tunel de las sombras, sale de nuevo a la claridad, entra otra vez en la ceguera.

jueves, 11 de octubre de 2007

CARTONES Y TERNURAS

Me cuentan que a ese hombre tirado bajo los soportales le han abierto esta noche los cartones y han encontrado sudor y orines entre sus ropas. Luego le han abierto las ropas y han hallado una vida tendida, los pies encogidos y los ojos pegados al sueño. Como aún se tapaba con más papeles y cartones han tropezado debajo con trozos de hambre, cascos de bebida, un matrimonio roto, peleas en la casa, desahucios, semanas en albergues y madrugadas heladas. Luego han seguido apartando todo lo que le cubría y se han topado con desplantes de hijos, navajas, gritos, peleas , un corte en la cara y seis jeringuillas. Aún se tapaba con otro cartón, y al separarlo, han descubierto despidos, deudas, hurtos, estudios sin terminar, una infancia radiante y una risa espontánea que acabó lúgubre.
Me cuentan que por la acera, de pronto, ha venido presurosa una mujer taconeando emocionada. Apartando las mantas, se ha inclinado solícita, ha extendido los brazos y ha preguntado mirando al hombre, llamándole por su diminutivo:
-¿Pero qué haces aquí, hijo mío? ¿Cómo has llegado hasta aquí? - le ha dicho besándole - ¿Cómo has descendido hasta esto?
Y lo ha abrazado incorporándolo y como madre no ha sabido más que envolverle con ternura.

miércoles, 10 de octubre de 2007

MUJERES Y HOMBRES

Una mujer siempre está sentada a la derecha de ese hombre que escribe, pinta, compone o esculpe y que va y viene por su estudio y por las páginas sorteando sus dudas creadoras y ensimismado en su soledad. La aparición simultánea de dos libros femeninos sobre el escritor norteamericano Raymond Carver -"Así fueron las cosas"(Circe), de Maryann Burk Carver y "Carver y yo" (Bartleby), de Tess Callagher -, supone la entrada en la habitación de los recuerdos de dos miradas distintas, las dos enamoradas, que acompañaron a este hombre de los relatos minimalistas, sumergido durante años en el alcohol, hasta llegar a su irrevocable decisión de cruzar para siempre el umbral del mundo abstemio en la mañana del 2 de junio de 1977 , a los treinta y nueve años de edad. Gracias a su segunda mujer, a la poeta Tess Callagher y a la meditada y comprensiva lectura casi cotidiana de Chejov, nació un Carver nuevo, mucho más humano y profundo, un camino que iniciaría con su relato "Catedral".
Pero no fue sólo Tess Callagher la que le ayudó hasta su muerte vencida por el cáncer. Maryann, su primera mujer, descendió con él las escaleras de los abismos y convivió con Carver todas las alegrías y las tristezas en un sótano de fatigas y de intentos.
Fueron dos amores intensos. Como amores intensos, pacientes y escondidos a la vera de tantos artistas nos llevarían a evocar, en el caso de Solzhenitsin, a su primera mujer Natalia Reschetovskaya - "Mi marido Solzhenitsin" (Sedymar)- y a su segunda y actual mujer, Natasha. Amores comprensivos y callados los de Katia Mann -"Memorias"- escuchando y paseando con el tantas veces atormentado Thomas Mann. Hay una dulzura en Katia, una mirada sosegada, un gran silencio. Dulce también, sonriente y práctica para resolver la intendencencia de la vida fue Zenobia Camprubí en su vida con Juan Ramón. Inteligente y profunda se reveló Raissa Maritain - "Diario" y " "Las grandes amistades"- siempre al lado de su marido.
La lista sería numerosa. Los vacíos que han dejado ciertas mujeres al irse de este mundo - Marisa Madieri, por ejemplo, la autora de "Verde agua"- han intentado cantarse por quienes las acompañaron en el matrimonio, en este caso Claudio Magris.
Quedan siempre grandes mujeres en las penumbras de la creación. Muchas veces también ellas crean y en muchas ocasiones superan al hombre. Quedan allí, entre años y paredes, en una vida escondida y llenas de fe en un proyecto. Quedan sus largos esfuerzos comunes, sus diálogos de ojos, el aliento de una constante comprensión.

lunes, 8 de octubre de 2007

SOLARIS

Veo "Solaris", la célebre película de Tarkovski basada en la novela de Stanislav Lem. Sigo los lentos remolinos azules del cerebro humano, las masas grises de la memoria que se desplazan hacia olas infinitas, islas del recuerdo que son mecidas por el "Preludio coral en fa menor" de Bach. Tarkovski confesó que no le interesaba la ciencia-ficción, que hubiera querido prescindir de aquellas naves espaciales. La zona - lo que más le atraía- es la vida que el hombre debe atravesar y en la que sucumbe o aguanta. La zona es ese océano que llevamos dentro de la cabeza, debajo del cráneo, con las tormentas escondidas, las aguas revueltas y los picos espumosos de locura y razón. "Que el hombre resista - dijo Tarkovski- depende tan sólo de la conciencia que tenga en su propio valor, de su capacidad de distinguir lo sustancial de lo accidental".
Estas secuencias rodadas en círculo en esta película mental, en este film inquietante, nos envuelven hasta desconcertarnos, como siempre nos desconcierta ese hombre mudo que nos mira en un transporte público, que nos tiende la mano en un almuerzo, que se une a nosotros en un ascensor. No llegaremos nunca a su zona porque ella está velada por su piel, por sus ojos y por sus párpados. Ni él mismo llega a su zona más íntima porque no conoce realmente quién es. Se asombraría al ver cuántos remolinos verdes y azules pueden moverse dentro de su memoria y cuánto podría filmar Tarkovski si, mecido por Bach, buceara en el planeta de su interior.

domingo, 7 de octubre de 2007

ÚLTIMA CORRESPONDENCIA

Hay cartas que superan el tiempo y que conviene leer de vez en cuando. Rilke, el 17 de febrero de 19o3, escribe estas líneas que se han hecho insuperables:


"Pregunta usted si sus versos son buenos. Me lo pregunta a mí. Antes se lo ha preguntado a otros. Los envía a las revistas. Los compara con otras poesías , y se inquieta cuando ciertas redacciones rechazan sus ensayos. Ahora (ya que usted me ha permitido aconsejarle), ruégole que abandone todo eso. Usted mira a lo exterior, y esto es, precisamente, lo que no debe hacer ahora. Nadie le puede aconsejar ni ayudar: nadie. Solamente hay un medio: vuelva usted sobre sí. Investigue la causa que le impele a escribir; examine si ella extiende sus raíces en lo más profundo de su corazón.(...) Esto ante todo: pregúntese en la hora más serena de su noche: "¿debo escribir?". Ahonde en sí mismo hacia una profunda respuesta: y si resulta afirmativa, si puede afrontar tan seria pregunta con un fuerte y sencillo "debo", construya entonces su vida según esta necesidad; su vida tiene que ser, hasta en su hora más indiferente e insignificante, un signo y testimonio de este impulso. Después acérquese a la naturaleza. Entonces trate de expresar como un primer hombre lo que ve y experimenta, y ama y pierde".


Hoy en Madrid, en esta mañana otoñal de domingo y cruzando el Retiro, todos leíamos esta página de las "Cartas a un joven poeta". Todos habíamos recibido la misma carta a la misma hora del mismo día. Los que pintamos, los que componenos, los que esculpimos y los que escribimos.