sábado, 10 de mayo de 2008

LA REALIDAD Y LA APARIENCIA


Leo hoy en el periódico estas declaraciones de Claude Chabrol:
"Estamos llegando ahora a tal perfección que detrás de las apariencias que nos muestra la televisión o la prensa no está la verdad, sino otras apariencias y ésas nos conducen a otras y a otras. Son algo así como las últimas novelas de Agatha Christie con sospechosos que llevaban a otros sospechosos y éstos a otros. La televisión es una apariencia detrás de otra y por eso me interesa".
Después releo el libro que tengo entre las manos:
"Un hombre aislado se crea una imagen de sí mismo, una "apariencia", mediante la cual quiere afirmarse ante la opinión de los otros; quiere proteger su "apariencia" y por tanto debe inclinarse ante la "apariencia" del otro. El hombre tiene más miedo de la cercana apariencia del humano poder de la opinión, que de la lejana e inerme luz de la verdad. Y se doblega al poder de la opinión, convirtiéndose en su aliado, en uno de sus portadores. Se hace esclavo de la apariencia. Si en algún momento ha empezado a confiar en ella, después no tendrá más remedio que seguirla paso a paso. Ya no puede romper la red de la deformación común. En sus acciones ya no se orienta según la realidad, sino según las presumibles reacciones de los otros. Se llega así a un dominio de la opinión, de lo falso. De este modo toda la vida de una sociedad, las decisiones políticas y personales, puede basarse en una dictadura de lo falso: de la forma como las cosas se representan y se refieren, en lugar de la misma realidad. Toda una sociedad puede caer así de la verdad en el engaño común, en una esclavitud de lo falso".

viernes, 9 de mayo de 2008

BABEL A LAS NUEVE DE LA NOCHE


Sentado en Mi Siglo contemplo Babel a las nueve de la noche, cuando la sintonía del telediario me trae las primeras imágenes y escucho estas declaraciones de Rosa María Calaf, veterana corresponsal de Televisión Española en Asia: "En estas tres décadas se ha producido un deterioro del periodismo, sobre todo en televisión, ya que prima el impacto sobre lo que importa. Lo que más interesa ahora es la espectacularidad, que sirve para vender tragedias. Además, ha tenido lugar una auténtica revolución tecnológica, que ha propiciado cosas muy buenas, pero también que predomine la velocidad sobre los contenidos, aunque no se cuente nada. El principal riesgo de todo este proceso es que se construyen valores erróneos y, en el telediario, no se distingue entre los niños desnutridos de África y el contrato millonario de un futbolista. Como consecuencia, la gente se acostumbra a consumir sin pensar, lo que es muy grave porque se crea una sociedad descerebrada. Estamos creando una sociedad de consumidores, no de ciudadanos".

Sentado en Mi Siglo pienso en esa verdad sobre el periodismo actual: la primacía de la velocidad sobre los contenidos, algo que está transmitiendo no sólo la televisión sino cuantos instrumentos tecnológicos avanzan a velocidades múltiples, por ejemplo Internet, este milagro de la comunicación instantánea ante el que hay que preguntarse qué se comunica tan instantaneamente y qué contenidos y valores se transmiten cabalgando siempre sobre los lomos de la celeridad.

Sentado en Mi Siglo contemplo Babel a las nueve de la noche y recuerdo que escribí no hace mucho que nuestra pupila ve los telediarios y no los mira, los mira y no los comprende. A la pupila le falta muchas veces la comprensión, ese ponerse en lugar del otro, no recibir tan sólo sino aprehender imágenes y sonidos que nos desvelan lo que ese otro lleva dentro. A ese otro, en directo y mientras cenamos, le están acribillando con los ojos vendados ante un pelotón de fusilamiento. Hace años escribí en un libro: Ese hombre, como todos los hombres, va a morir; va a morir por primera y última vez. No me acostumbro a ello. Me lo repito continuamente. Aunque fuera en diferido, los disparos siempre son definitivos porque esa vida es única e irrepetible y el cuerpo de la venda cae doblado sin poderse sustituir. El asombro, sin embargo, nos tienta en la pantalla con el siguiente anuncio de líneas aerodinámicas de un automóvil. Nos tienen necesariamente que tentar con la sorpresa porque la publicidad sabe que nos estábamos quedando adormecidos con tanta muerte. Se nos sacude entonces con los objetos deslumbrantes ya que al parecer los sujetos repetitivos y sangrantes - quizá sólo por ser repetitivos - nos provocan sopor. Entonces pasa y vuelve a pasar el objeto iluminado y musical desde todos los ángulos insólitos y se deja ver, mirar, admirar cuantas veces sea necesario hasta que lo consumamos en vida antes de que la muerte llegue. Cuando la muerte llega de nuevo - ese tanque, por ejemplo, que está aplastando al niño inocente - no sabemos si ello es realidad o ficción, tan maquillada aparece la realidad con su disfraz de afeites. Exclamamos entonces, ¡qué horror! Pero estamos en el segundo plato y continuamos masticando nuestra cena de horrores. La vida sigue. ("Necesidad del asombro" en "El artículo literario y periodístico" (Eiunsa).

Después me levanto de Mi Siglo porque ha acabado ya Babel a las nueve de la noche, la apago y me voy a dormir.



jueves, 8 de mayo de 2008

MÉXICO : OLIMPIADA DE 1968



"1968 fue un año axial: protestas, tumultos y motines en Praga, Chicago, París, Tokio, Belgrado, Roma, México, Santiago...De la misma manera que las epidemias medievales no respetaban ni las fronteras religiosas ni las jerarquías sociales, la rebelión juvenil anuló las clasificaciones ideológicas". Esto escribe Octavio Paz en su Postdata a El Laberinto de la soledad (Fondo de Cultura Económica) bajo el título "Olimpiada y Tlatelolco".

En 1990, en conversación con Alfred Mac Adam para "The Paris Review" (El Ateneo), Paz recordaba que "el movimiento estudiantil en México era más ideológico que en Francia o en los Estados Unidos, pero también tenía aspiraciones legítimas. El sistema político mexicano, nacido de la revolución, había sobrevivido pero padecía una suerte de arteriosclerosis histórica. El 2 de octubre de 1968 el gobierno mexicano decidió emplear la violencia para reprimir el movimiento estudiantil. Fue un acto brutal. Sentí que no podía seguir sirviendo al gobierno, así que renuncié al cuerpo diplomático".

A Elena Poniatowska, que le preguntó también por la matanza de aquel 2 de octubre del 68, Paz le contestó parecidas cosas. Declaró que en aquel momento había renunciado a la Embajada en la India como protesta al haber visto noticiarios internacionales y fotografías de corresponsales extranjeros que se pudieron sacar de México, y Paz, al verlas, señaló en Le Monde que las imágenes no mienten. "La mañana del 3 de octubre me enteré de la represión del día anterior. Decidí - le dijo a Poniatowska - que no podía continuar representando a un gobierno que había obrado de una manera tan abiertamente opuesta a mi manera de pensar ".("Las palabras del árbol")( Plaza-Janés).

Como confesaría Octavio Paz en su "Conversación en la Universidad", Escribir y decir, en 1979, el poeta "inclinado sobre su escritorio, los ojos fijos y vacíos, el poeta-que-no-cree-en-la-inspiración ha terminado ya su primera estrofa, de acuerdo con el plan previamente trazado. Nada ha sido dejado al azar. Cada rima y cada imagen poseen la necesidad rigurosa de un axioma, tanto como la gratitud y ligereza de un juego geométrico. Pero falta una palabra para rematar el endecasílabo final. El poeta consulta el diccionario en busca de la rima rebelde. No la encuentra. Fuma, se levanta, se sienta, vuelve a levantarse. Nada: vacío, esterilidad. Y de pronto, aparece la rima. No la esperada, sino otra - siempre otra - que completa la estrofa de una manera imprevista y acaso contraria al proyecto original. ¿Cómo explicar esta extraña colaboración? No basta decir: el poeta tuvo una ocurrencia, que lo exaltó y puso fuera de sí un instante. Nada viene de nada. Esa palabra ¿en dónde estaba? Y sobre todo, ¿cómo se nos ocurren las "ocurrencias" poéticas?". (Pasión crítica) (Seix Barral).
Entonces bien podemos imaginar a Octavio Paz encontrando la palabra y la imagen total - esa imagen que le revuelve entero, la imagen que le llega desde la Plaza de las Tres Culturas de Tlatelolco - y que recorre sus venas, baja violentamente por su brazo hasta la mano y con los dedos -también lenta o impetuosamente - va escribiendo el poema:
"México: Olimpiada de 1968"
La limpidez
(quizá valga la pena
escribirlo sobre la limpieza
de esta hoja)
no es límpida:
es una rabia
(amarilla y negra
acumulación de bilis en español)
extendida sobre la página.
¿Por qué?
La vergüenza es ira
vuelta contra uno mismo:
si
una nación entera se avergüenza
es león que se agazapa
para saltar.
(Los empleados
municipales lavan la sangre
en la Plaza de los Sacrificios)
Mira ahora,
manchada
antes de haber dicho algo
que valga la pena,
la limpidez.
(Cuando se cumplen diez años de la muerte de Octavio Paz y cuarenta de aquel 1968 bien merece la pena reunir aquí las dos fechas).

miércoles, 7 de mayo de 2008

SALMONES

Asomado a Mi Siglo veo la vida que pasa igual que esos salmones que van tenazmente, determinantemente..., casi a pesar de ellos, con una fuerza interior que les empuja y les invade de valor, a remontar el riachuelo preciso que les vio nacer, y ello lo hacen casi de modo ciego, por su impulso y su energía incansable, y de modo asombrosamente lúcido en su búsqueda de orientación..., sin dudar en medio del laberinto de aguas, volviendo una y otra vez a elegir el exacto camino entre mil caminos desorientadores..., así el hombre vuelve - lo perciba o no, lo desee o no - hacia su principio y su origen. Y tras largas ausencias físicas y espirituales, tras alejamientos que han llegado a durar una vida entera, el hombre se siente impelido a retornar al inicio de donde surgió. Y remontando todo ese río de vida al revés, todos, todos los hombres, volvemos doblando las embocaduras de la vejez y de la fatiga, arrastrados por el fluir de las edades imparables, como absorbidos por algo que nos vuelve a llamar y que, para atraernos, va despojándonos de vitalidad y de energía. Y son algunos de entre nosotros, los que retornan con pasión por volver; y son otros los que emplean un natural vigor en resistirse a todo ese otro gran vigor indominable, y aún hay otros, que no encuentran la esencia de ese olor que impregna el retornar de su camino (aturdidos por mil perfumes de la vuelta, y desconcertados mientras se agotan por no desconcertarse), exprimidas todas sus fuerzas, y sin darse cuenta de que, a pesar de todos sus esfuerzos, han llegado a su fin.

(Esto decía un personaje mío en mi novela Contramuerte publicada hace casi veinticinco años.
Sigo pensando lo mismo cuando veo pasar a los salmones, cuando veo pasar a la vida - acodado aquí, al borde de Mi Siglo -, viendo cómo fluye el siglo en medio de las aguas).

lunes, 5 de mayo de 2008

AUSTERLITZ






-"Desde el punto central que ocupaba el mecanismo del reloj en la estación de Amberes se podía vigilar los movimientos de todos los viajeros y, a la inversa, todos los viajeros debían levantar la vista hacia el reloj y ajustar sus actividades por él".


- "De hecho, dijo Austerlitz, hasta que se sincronizaron los horarios de ferrocarril, los relojes de Lille o Lüttich no iban de acuerdo con los de Gante o Amberes, y sólo desde su armonización hacia mediados del XlX reinó el tiempo en el mundo de una forma indiscutida. Únicamente ateniéndonos al curso que el tiempo prescribía podíamos apresurarnos a través de los gigantescos espacios que nos separaban. Desde luego, dijo Austerlitz al cabo de un rato, la relación entre espacio y tiempo, tal como se experimenta al viajar, tiene hasta hoy algo de ilusionista e ilusoria, por lo que, cada vez que volvemos del extranjero, nunca estamos seguros de si hemos estado fuera realmente..."

Es cierto. Siempre que paseo por los andenes leyendo despacio la prosa de Sebald, ese gran escritor alemán, me va diciendo Austerlitz y me va diciendo el propio Sebald cómo debo mirar ese andén, el gran reloj del tiempo, cómo el tren del tiempo me trajo desde el extranjero hasta aquí para tomar otra vez cuanto antes ese tren del tiempo que se va, ese tren del tiempo que me llevará al extranjero donde tomaré nuevamente el tren del tiempo que se va, las máquinas de los años encadenando meses y horas que recorren vías de vida, ese andén final donde yo volveré a leer despacio a Sebald y pasearé acompañado por Austerlitz antes de tomar definitivamente un tren sin tiempo bajo la gran mirada del reloj de la estación de Amberes, no estando seguro de si he estado o no he estado en esta vida.