sábado, 10 de noviembre de 2007

LOS EJÉRCITOS DE LA NOCHE

Hay otros lenguajes que no son el de las palabras, hay lenguajes de símbolos y lenguajes de naturaleza. Hay lenguajes del cuerpo. Y el boxeo es uno de ellos. Jamás podremos comprender a un campeón de boxeo, si nos negamos a reconocer que se expresa a través de un dominio de su cuerpo que es, en su inteligencia, tan independiente, sutil y amplio como cualquier ejercicio mental llevado a cabo por destacados ingenieros sociales cual Herman Kahn y Henry Kissinger. Desde luego, según nos dicen, Herman Kahn es un hombre que pesa más de cien kilos. No, sus pies no son alados. Y también es cierto que más de un buen boxeador, a poco sonado que esté, no habla con excesiva brillantez. Pero esto no significa que sea incapaz de expresarse con ingenio, estilo y un especial concepto estético de la sorpresa cuando boxea con su cuerpo, de la misma manera que la obesidad de Kahn no nos impide darnos cuenta de que piensa con vigor. El boxeo es un diálogo de cuerpos. Hombres ignorantes, por lo general negros, por lo general casi analfabetos, se dirigen el uno al otro por medio de un conjunto de intercambios de carácter conversacional que van directamente a los puntos más sensibles de cada uno de ellos. En realidad, pura y simplemente, conversan con su físico.




Así describía la pelea de mentes y de puños Norman Mailer que hoy acaba de morir y que, aparte de sus novelas largas, quedará como el autor de "Rey del ring" (Lumen), de "El negro blanco" (Tusquets) o de "Los ejércitos de la noche" (Grijalbo).



El periodismo literario le debe - como a Truman Capote o a William Styron - paginas precisas y memorables. Los ejércitos de la noche no se disolvieron tras los días de "demostración" contra la guerra del Vietnam en la ciudad de Washington en 1967. Los ejércitos de la noche han proseguido manifestándose ante cada contienda aunque no se hayan cantado siempre de la misma forma por los escritores.



Norman Mailer poseía un poderoso ego que convocaba a la vez admiraciones y desprecios. La diferencia entre el noble ego de los campeones - escribió él - y el más débil ego de los escritores radica en que el campeón vive en el ring unas experiencias que, en ocasiones, son tan formidables que sólo pueden comunicarse a otros púgiles de la misma altura, o a las mujeres que han vivido minuto a minuto un parto angustioso, experiencias misteriosas, a fin de cuentas. Lo mismo les ocurre a los montañeros. Estos ejercicios del ego llegan a dar lugar a algo parecido al alma, de la misma manera que quizá la tecnología haya comenzado a superarse a sí misma, en el momento en que pisamos la Luna. En el curso de un gran combate, dos grandes púgiles navegan por subterráneos ríos de agotamiento, alcanzan altos picos de dolor, a la luz de su propia muerte, miran a los ojos al hombre con quien combaten, y atraviesan encrucijadas de las más angustiantes dudas cuando se levantan del suelo, haciendo caso omiso de las dulces invitaciones de las catacumbas del olvido. Pero nosotros no nos damos cuenta de que estos hombres son así debido a que no son hombres de palabras, y a que este siglo es siglo de palabras, de números y de símbolos.


Norman Mailer era así.

viernes, 9 de noviembre de 2007

LOS VIENTOS Y EL MAR

Leí lo que decía usted el otro día en su blog hablando de las nubes - me dice Conrad paseando por cubierta -, pero sobre los vientos aún no ha escrito usted nada. Fíjese por ejemplo, me añade mirando al horizonte, que el cielo del Tiempo del Oeste se llena de nubes voladoras, ¿las ve ahí arriba?, inmensas nubes blancas que van condensándose más y más hasta que parecen quedar soldadas en un sólido dosel, ante cuya cara gris las bardas más bajas del temporal, delgadas, negras y de fiero aspecto, pasan volando a velocidad de vértigo. El aspecto característico del Tiempo del Oeste, si usted se fija, es el tono cargado, gris, ahumado y siniestro que se impone, circunscribiendo la visión de los hombres, calándoles el cuerpo, oprimiéndoles el alma, dejándoles sin aliento con atronadoras ráfagas, ensordeciéndolos, cegándolos, empujándolos, arrojándolos hacia adelante, en un barco oscilante, contra nuestra costas perdidas en lluvia y brumas.




Siempre que paseamos despacio Conrad y yo por esta cubierta de "El espejo del mar" (Hiperión), me asombra su acento pausado y su mirada fija en cada frase que los dos leemos y que él a su vez me va pronunciando en voz alta. Las cubiertas de los libros son así, alargadas, tranquilas, a veces algo resbaladizas, uno puede pasearse con los autores mientras la obra navega entre lecturas y sólo la voz de Conrad se oye:




-Sólo que ahora - me sigue diciendo el escritor deteniéndose un momento y mirando el mar - el viento es más fuerte, las nubes parecen más densas y más abrumadoras, las olas dan la impresión de haberse hecho más grandes y más amenazantes durante la noche. Las horas, cuyos minutos marca el estruendo de las oleadas rompientes, se deslizan con los ululantes, lacerantes turbiones abatiéndose sobre el barco mientras éste prosigue su avance con la lona ensombrecida, los palos chorreantes y las cuerdas empapadas. De vez en cuando, fíjese usted, la lluvia le cae a uno a chorros sobre la cabeza, como si resbalara desde canalones. Uno boquea, balbucea, está cegado y ensordecido, está sumergido, obliterado, disuelto, aniquilado, chorreando por todas partes como si los miembros también se le hubieran convertido en agua.




Siempre me impresiona su gran estilo pausado, el grosor de sus palabras ponderadas, el arco cuidadoso que envuelve a la frase. No hay prisa en Conrad para escribir ni para describir.




-Débiles, rojizos fogonazos de relámpagos titilan por encima de los topes a la luz de las estrellas - continúa diciéndome -. ¿Los ve? Una ráfaga escalofriante zumba al atravesar las tensas jarcias, haciendo que el barco se estremezca hasta la misma quilla y que los empapados hombres, bajo sus ropas caladas, tiriten hasta los tuétanos en las cubiertas. Antes de que un turbión haya concluido su vuelo para hundirse por la borda de levante, ya asoma el filo de uno nuevo por el horizonte de poniente, surgiendo raudo, informe, como una bolsa negra llena de agua helada a punto de estallar sobre nuestras cabezas entregadas.




Conrad escribió estas páginas en 1904 y no terminó su libro hasta 1906. Fue el respiro que se concedió entre "Nostromo" y "El agente secreto". Es una escritura mansa, sin ninguna precipitación, dejándose llevar por los vientos y el mar como ahora lo hacemos los dos sobre cubierta charlando de cuantas admiraciones recibió esta prosa. La elogiaron Kipling, Galsworthy, H. G. Wells, Arnold Bennett y Henry James. La espuma de las críticas está rozando ahora los costados del barco y el mar de las modas levanta un poquito la grupa, pero luego pasa y va dejando una larga estela blanca.






miércoles, 7 de noviembre de 2007

¿QUÉ ES LA VIDA?

Pasó de repente Federico Fellini ante él y le preguntó : ¿ Puede explicarse la fantasía?. Pasó enseguida André Roussin a su lado y le interrogó: ¿Qué es la belleza?. Daba vueltas y vueltas con las preguntas, giraba con todas las cuestiones. Vio que se acercaba Galina Ulanova, la primera bailarina del Bolshoi de Moscú, y le lanzó : ¿Qué sentido tiene bailar?. El gran periodista italiano Enzo Biagi no se cansaba nunca de preguntar. Veía apasionantes respuestas por las calles, en los rostros, en los ojos inteligentes. ¿Por qué yo soy blanco y él negro?, le interrogó un día a Margaret Mead. Como vio que llegaba también a toda velocidad Enzo Ferrari le detuvo un segundo: ¿Por qué el hombre quiere ganar?. Y nada más salir disparado Ferrari hacia las curvas le interesó saber además qué son las ideas, por qué lloran los árboles, cuándo es hermosa una obra de arte o cómo se convence más a los animales, ¿con la dulzura o con la fuerza?


En cuanto le contestaron todos corrió a preguntar más: Por favor, ¿ cree usted que pueden fabricarse Mozart y Einstein?, le consultó a Asimov. ¿ Por qué reímos?, le dijo a Jacques Tati.


No se detenía. Vivió con la curiosidad abierta los ochenta y siete años que ha vivido, muerto ayer en Milán tras una larga carrera de preguntas.
Dicen que al entrar en la eternidad preguntó enseguida : Entonces, ¿ cómo puede definirse la vida?

lunes, 5 de noviembre de 2007

UN MUNDO SIN NUBES

Leo hoy en el periódico que la escritora polaca Wislawa Szymborska siempre que sueña pinta como Vermeer de Delft. En su cama ella puede respirar bajo el agua, tener encuentros con pingüinos y se permite el lujo de hablar el griego con fluidez. Pienso que la mujer de la perla la visita por las noches. Recuerdo sus declaraciones en 1996 cuando le dieron el Premio Nobel: "las nubes son una cosa tan maravillosa, un fenómeno tan magnífico que se debería escribir sobre ellas. Es un eterno "happening" sobre el cielo, un espectáculo absoluto: algo que es inagotable en formas, ideas: un descubrimiento conmovedor de la naturaleza. Intente imaginarse el mundo sin nubes".
Una poeta como ella mira por la ventana y persigue siempre la caligrafía del cielo, el hacer y deshacerse de las nubes que escriben.