sábado, 23 de febrero de 2008

EL CIRCO Y El ARTE, Y El ARTE DEL CIRCO


Las joyas de las mujeres de circo son las joyas más maravillosas del mundo, son las joyas superiores a las de la corona de Inglaterra. Los brillantes, sobre todo los que se colocan sobre la cabeza, son como estrellas, marcando en el espacio los radios de las estrellas radiosas y sus seis puntas clásicas. Las gargantillas las ahogan en espesor y en luz, haciendo arder sus cuellos.
Los sprits también son cosa rica, son grandes manojos que elevan su figura hasta hacer de ellas mujeres altísimas. También usan plumas de las aves del Paraíso, que cuando suben a los centros de luz lucen su amarillo único, su amarillo volandero y angélico, porque no todos los ángeles tienen las alas blancas.
Así era escribiendo Ramón Gómez de la Serna, el gran Ramón, inventor de la greguería, autor de obras inimitables, como El Rastro (1915), Pombo (1918/1924), El circo (1916) o Automoribundia (1949). Creaba desde su página números de saltimbanquis de las letras, hacía subir y bajar por las escalas adjetivos y adverbios que se cruzaban luego en el aire con sustantivos vestidos de payasos de cuyas cintas pendían bailarinas de interrogaciones y de admiraciones. El público aplaudía, muchos lo hemos leído y como yo cuento en mi último libro El artículo literario y periodístico. Paisajes y personajes tuve incluso la fortuna de asistir a la sesión que el Circo Price dedicó a Ramón el 25 de enero de 1963 y allí pude ver a su viuda, Luisa Sofovich.
El circo le debe a Ramón muchos homenajes y estos días en Segovia acabo de ver la exposición "El Circo en el arte español" en donde se reúnen cuadros con eternos motivos de malabarismos, trapecios, animales domésticos y salvajes, el movimiento y el equilibrio en lienzos y esculturas firmados por Juan Gris, Picasso, Maruja Mallo, Vázquez Díaz, Cuixart, Guinovart, Juan Muñoz, Alberto García-Alix, Cristina Garcia Rodero y tantos otros antiguos y contemporáneos, la pintura y la fotografía unidas en la pista de la memoria.
Mientras tanto hay que recordar en el tiempo cuando el 21 de noviembre de 1923 el Gran Circo Americano quiso ofrecer un homenaje más a Ramón Gómez de la Serna como su cronista oficial.
Quiso pronunciar Ramón una conferencia desde el trapecio y así lo hizo:
"Así - dijo leyendo un larguísimo papel -, por primera vez realizo yo con franqueza lo que muchos oradores hacen sin darse cuenta: columpiarse y estar en el trapecio de la coladura. Sólo sabiendo como yo ahora que se está de verdad en el trapecio, no se está en la higuera.
Eso sí, ya que la red es muy entretenida de tender, pedí que pusieran debajo una de esas colchonetas de circo de deformes abultamientos que están rellenas con artistas malogrados, deshechos, y que así no pierden el contacto con el espectáculo y son algo útiles.
En caso en de apuro bajaré por la escala de mi larga cuartilla.
(...)
El mundo, al fin, se dará cuenta del sentido humorístico de la vida y acabará siendo un gran circo, franco, sincero, desengolado, en que los regisseurs lucirán las casacas ministeriales, a las que habrán sacado los ojos que hoy las decoran, y la gran farsa caprichosa y disparatada del mundo habrá encontrado su sincero ritmo y su estilo verdadero.
He dicho.
Y ahora, maestro, ¡música!

viernes, 22 de febrero de 2008

SOBRE LOS ACANTILADOS DE MÁRMOL


Decir:"Encuentro una persona" es lo mismo que decir: "Descubro el Ganges, Arabia, el Himalaya, el Amazonas". Deambulo por sus secretos y por sus vastas extensiones y regreso de allí cargado de tesoros; de ese modo me transformo y me instruyo. En este sentido, sobre todo en él, estamos modelados también por nuestros prójimos, por nuestros hermanos, amigos, mujeres. Queda en nosotros el aire de otros climas - y es tan fuerte que en ciertos encuentros experimento este sentimiento: "Ese tiene que haber conocido a fulano y a mengano". De igual modo que el orfebre graba su sello en las joyas, así también el contacto con un ser humano imprime en nosotros una señal.
Estas palabras aparecen en el Diario de Ernst Jünger, uno de los escritores alemanes más importantes del siglo XX y uno de los más valiosos en el panorama literario europeo. Nacido en Heidelberg en 1895 moriría a los 103 años tras dejar una vida intensísima, cruzada por la Segunda Guerra mundial y jalonada por libros -novela, ensayo, Diarios - de enorme interés.
Ahora sus obras, concretamente sus Diarios de guerra, acaban de entrar en La Pléiade, esa colección de Gallimard destinada a los más célebres autores y en donde pocas figuras que no sean francesas han sido incluidas. Jünger participó en la Guerra como oficial alemán, fue trasladado a varios frentes, llegando de París al Cáucaso y formó parte, en 1944, del complot organizado por el ejército en contra de Hitler. ¿Cómo no sufrió represalias al publicar Sobre los acantilados de mármol (Destino) en 1939? En esa novela que vaticina toda una época aparece El Gran Forestal (Hitler), que dirige a unos bárbaros, gente harapienta y salvaje, amaestradora de mastines, portadores del dolor y del fuego, habitantes de las marismas y de los bosques. Frente a ellos se encuentran los que defienden unas esencias, unas islas, unos acantilados de mármol. Viven en ellos y guardan en sus memorias los secretos esenciales mientras guerrean sin cesar contra las huestes del Gran Forestal.
Jünger vio que su novela estaba en 1940 en todas las librerías de Europa. La Gestapo reclamó su cabeza y Hitler dijo que le dejaran en paz. Pero este escritor sabio, penetrante, estudioso de los insectos, amante de las mariposas y de las medidas del tiempo, seguiría publicando obras tan importantes como Abejas de cristal (Plaza Janés), Heliópolis (Seix Barral) y, sobre todo, sus Diarios titulados Radiaciones (Tusquets), piezas ejemplares para conocer la guerra y la paz, las costumbres y el corazón del hombre, un Diario imprescindible que cubre muchos años y que retrata una época.
Su observación desciende desde las grandes ideas a los pequeños detalles reveladores y así puede escribir el 16 de julio de 1940: "Era evidente que los blindados habían cruzado la ciudad combatiendo. En las calles la Vida parecía paralizada, como si tuviera cortados los tendones; aún no se había recuperado. Después de tales catástrofes es en los campos donde primero se vuelve a trabajar, más tarde vienen las comunicaciones, el comercio, los oficios. Pero lo primero de todo que el ser humano hace es comenzar otra vez a jugar; así lo he visto en los niños. Un oficial que participó en la entrada de los alemanes en París me ha contado que la primera persona con que tropezaron en las desiertas calles fue un viejo pescador que estaba pacíficamente sentado a orillas del Sena."

miércoles, 20 de febrero de 2008

LA ERA DE LA SOSPECHA


Indudablemente la característica esencial de la imagen es su presencia. Así como la literatura dispone de toda una gama de tiempos gramaticales, que permite situar los acontecimientos unos con relación a los otros, puede decirse que en la imagen los verbos están siempre en presente (lo que hace tan raras y tan falsas estas "películas contadas" de las publicaciones especializadas, en las que se restablece el pretérito indefinido, ¡tan caro a la novela clásica!) : es evidente que lo que uno ve en la pantalla está sucediendo; lo que se nos da es la acción misma, y no un reportaje sobre ella.
Estas palabras pertenecen a la Introducción que Alain Robbe-Grillet escribió para presentar el guión de El año pasado en Marienbad, película a la que me referí ayer en Mi Siglo. De todas las reacciones dispares suscitadas en Francia ante la muerte de este escritor, sin duda la de mayor interés es la de Claude Sarraute, hija de la novelista Nathalie Sarraute, la autora de La era del recelo (Guadarrama). Culpa a Robbe-Grillet de apoderarse de cuanto había ya inventado su madre.
Indudablemente, la "nueva novela" - el debatido "nouveau roman" de finales de los cincuenta e inicios de los sesenta en Francia - es cosa pasada. La simple presencia de los objetos, la "escuela de la mirada", la descripción de un mundo objetivo donde el hombre no es más que un objeto entre otros, un presente eterno y neutro tomado a cámara lenta, el riesgo de la monotonía, el ojo y la oreja del lector-auditor en ese intento de "nueva novela", todo eso no dejó demasiada huella. La era del recelo se extendió sobre las conversaciones y subconversaciones que Nathalie Sarraute había estudiado y ahora, al cabo de los años, la cabeza de ese recelo gira y se enrosca sobre los mismos que hablaron de ella, asuntos muy franceses, demasiado franceses, que poco eco han tenido después en el curso y el devenir de la novela moderna.
(Pero la actualidad nos trae precisamente de nuevo a Alain Resnais, el director de Marienbad, que en 2006 dirigió la aquí llamada Asuntos privados en lugares públicos, su última película).

martes, 19 de febrero de 2008

EL AÑO PASADO EN MARIENBAD


Losas de piedra, sobre las que yo caminaba, como si fuera a su encuentro, - entre estos muros cargados de arrimaderos de madera, estucos, molduras, cuadros, grabados enmarcados, por entre los que yo avanzaba, - entre los que estaba ya esperándola, muy lejos de esta decoración en que me encuentro ahora, ante usted, esperando todavía al que ya no vendrá, al que ya no puede venir, ni separarnos de nuevo, ni arrancarla de mí.
(...)
El parque de este hotel era una especie de jardín de estilo francés, sin árboles, sin flores, sin vegetación alguna...La grava, la piedra, la línea recta creaban espacios precisos, superficies sin misterio. Parecía imposible, a primera vista, perderse en su recinto...a primera vista...a lo largo de los paseos rectilíneos, entre las estatuas con ademanes congelados y las losas de granito, por los que usted, ahora, se perdía ya para siempre, en la noche tranquila, sola conmigo.
(En la muerte hoy de Alain Robbe-Grillet, autor del guión original y de los diálogos de El año pasado en Marienbad, película dirigida por Alain Resnais)

¿ QUÉ ESTOY ESCRIBIENDO ?



- Escribo "¿qué estoy escribiendo?" y respondo: "escribo ¿qué estoy escribiendo?". O más angustiosamente: "¿quién escribe esto que escribo?, ¿quién escribe en mí o por mí?". El que escribe y aquel que mira al que escribe: ¿son la misma persona? El escritor se percibe como dualidad, como escisión.
Me dice todo esto Octavio Paz mientras paseamos por los jardines de la Universidad en conversación fraternal, de lector a amigo y de poeta a lector, las hojas de los libros moviéndose en el aire muy cerca de las aulas abiertas, aulas de curiosidad por saber qué es el escribir, por qué la vocación de escritores se interroga continuamente sobre su propia profesión cuando la mayoría de las profesiones del mundo no se interrogan sobre ellas mismas.
- ¿Qué es el escribir? ¿cómo se escribe? - le pregunto mientras camino junto a él.
El autor de El arco y la lira me responde que el escritor moderno, en el momento en que escribe, se da cuenta de que está escribiendo, se detiene y se pregunta ¿qué estoy haciendo? Esto es -dice Paz - absolutamente moderno y aparece también en las otras artes. La intrusión de la mirada reflexiva, la interrupción del acto por la doble acción del espejo y de la conciencia crítica, es una de las notas constitutivas de la modernidad.
Pero yo insisto:
- ¿Cómo se escribe?
Y Octavio Paz, deteniéndose en el jardín, me lee unos fragmentos de Trabajos del poeta ("Escribir y decir") (Galaxia Gutenberg/Círculo de Lectores), pasajes suyos bellísimos:
- Escribo sobre la mesa crepuscular, apoyando fuerte la pluma sobre su pecho casi vivo, que gime y recuerda al bosque natal. La tinta negra abre sus grandes alas. La lámpara estalla y cubre mis palabras una capa de cristales rotos. Un fragmento afilado de luz me corta la mano derecha. Continúo escribiendo con ese muñón que mana sombra. La noche entra en el cuarto, el muro de enfrente adelanta su jeta de piedra, grandes témpanos de aire se interponen entre la pluma y el papel. Ah, un simple monosílabo bastaría para hacer saltar el mundo. Pero esta noche no hay sitio para una sola palabra más.
Entonces el jardín, la Universidad, el aula se transforman. Paseamos en silencio sobre el misterio de la escritura. Octavio Paz me dice:
Yo dibujo estas letras
como el día dibuja sus imágenes
y sopla sobre ellas y no vuelve
Y ya no hablamos más.

domingo, 17 de febrero de 2008

EL FESTÍN DE BABETTE




He hablado varias veces en Mi Siglo de Isak Dinesen, la gran inventora de historias. Pero si ahora, aprovechando un momento de descuido, nos colamos en la cena que Babette está ofreciendo a sus invitados y nos sentamos en un extremo de esta mesa llena de suspiros y murmullos, el paladar expectante, los cubiertos dispuestos, los ojos atentos a los manjares que van entrando de la cocina, los olores, las luces, el gusto hermanado con el olfato, todos los sentidos y los pensamientos preparados, nos sorprenderá la mezcla magistral de gastronomía y profundidad que la autora de los Cuentos góticos nos presenta en esta habitación de Berlevaag en donde los rostros aguardan.

Entra Stéphane Audran en la película El festín de Babette de Gabriel Axel (1987) y avanza hacia la mesa con su delantal blanco, pero lo que avanza es la prosa de Dinesen que se hace un hueco entre platos y vasos, entre la botella de Clos Vougeot de 1846 y el Blinis Demidoff para colocar después encima de la mesa los cailles en sarcophague y permitir que los ojos encendidos del general Loewenhielm se asombren de tanto manjar. Y es en ese momento - tras las uvas y los melocotones, los higos frescos y el postre exquisito - cuando el general se levanta a hablar:

-El hombre, amigos míos - dice el general Loewenhielm - es frágil y estúpido. Se nos ha dicho que la gracia hay que encontrarla en el universo. Pero en nuestra miopía y estupidez humanas, imaginamos que la gracia divina es limitada. Por esta razón temblamos... Temblamos antes de hacer nuestra elección en la vida; y después de haberla hecho, seguimos temblando por temor a haber elegido mal. Pero llega el momento en que se abren nuestros ojos, y vemos y comprendemos que la gracia es infinita. La gracia, amigos míos, no exige nada de nosotros, sino que la esperamos con confianza y la reconocemos con gratitud. La gracia, hermanos, no impone condiciones y no distingue a ninguno de nosotros en particular; la gracia nos acoge a todos en su pecho y proclama la amnistía general. ¡Mirad! Aquello que hemos elegido se nos da; y aquello que hemos rechazado se nos concede también y al mismo tiempo. Sí, aquello que rechazamos es derramado sobre nosotros en abundancia.
"De lo que ocurrió más tarde - escribe Isak Dinesen - nada puede consignarse aquí. Ninguno de los invitados tenía después conciencia clara de ello".
Tampoco nosotros podemos dar mucha razón de lo que ocurrió. Salimos de la habitación, salimos de la prosa, salimos del cuento y, como dice la autora, mucho después de media noche, distinguimos a lo lejos las ventanas de aquella casa que resplandecían como el oro.